jueves, 21 de marzo de 2013

El Athletic en la distancia

Artículo publicado en el número 19 de la revista Athletic Club (Octubre 2008)

Patxo Unzueta (Periodista)



Todo lo que sé sobre la moral de los hombres se lo debo al fútbol, escribió Albert Camus en un artículo recordando sus tiempos de guardameta en el equipo juvenil del Racing Universitario de Argel, en el que jugó hasta los 17 años, cuando cayo enfermo de tuberculosis.

Desde el patio del colegio se conoce lo esencial de las personas por su forma de jugar: el que se regatea a sí mismo, el centrador y el goleador o el que celebra los goles con sobriedad, el que pone la zancadilla a traición, el que da un patadón a la pelota con la que juegan los pequeños. Convertido ya en un escritor consagrado, a punto de recibir el Nobel, admitía Camus en los años 50 que una de las enseñanzas de vida que agradecía al fútbol era haber aprendido que la pelota nunca llega por donde uno la espera.

En los últimos años existe una cierta tendencia a denigrar el fútbol, sobre todo por los comportamientos (violentos, racistas, sectarios) de muchos espectadores. Hay razones para esa crítica, pero ello no debería borrar los valores que tantas personas han interiorizado de manera natural jugando al fútbol.

Practicándolo se aprende lo que significa la lealtad entre compañeros, el reconocimiento de los rivales, el respeto a las reglas compartidas. Es llamativo porque el fútbol es también astucia, engaño; pero costumbres como la de tirar el balón fuera cuando hay un lesionado (con el riesgo de que sea fingimiento) indica que se conserva ese fondo de lealtad recíproca. Muchos de mi generación aprendimos más sobre derechos y obligaciones, y sobre el carácter de las personas, jugando al fútbol que escuchando a nuestros educadores.

También viéndolo, en San Mamés. Fui socio del Athletic entre los 13 y los 23 años, en que me tuve que ir. Estando lejos del Nervión, el recuerdo de la tierra es rojo y blanco. Poco después de mi regreso, a los 30, volví a San Mamés, ahora como periodista y aunque observé algunas novedades, reconocí el olor de la yerba y los viejos sonidos de La Catedral. Y aquellos signos de distinción: aplaudir al hijo de la tierra que vuelve con otro equipo (Zubi, Salinas, Alkorta), lo que no ocurre en otros campos; o despedir con una ovación al enemigo secular: a Juanito, hacia 1987, en su último año con el Madrid, tras años de amargarnos el Día del Club con sus goles. Ojalá que en el nuevo San Mamés sean esos valores y signos los que prevalezcan y no algunos comportamientos que (tengo que decirlo) he visto últimamente y que son impropios de nuestra historia.