viernes, 9 de diciembre de 2011

Los Inolvidables: Sarabia

Los periodistas Jon Agiriano y Miguel González San Martín han reunido bajo el titulo 'Los Inolvidables' un conjunto de entrevistas a jugadores historicos del Athletic Club

«Siempre quise ser el mejor»

«Nunca permitiré que se me haga corresponsable de aquello», dice el gallartino sobre su polémica con Javier Clemente



17 de abril de 2011

JON AGIRIANO , MIGUEL GONZÁLEZ SAN MARTÍN

Viene Sarabia sorteando algunas barcas varadas en el Puerto Viejo de Algorta, igual de flaco que siempre. Sonríe y adelanta una mano para saludar. Por un momento, tememos que nos vaya a hacer un regate, una bicicleta, uno de aquellos juegos de ilusionismo que no hemos vuelto a ver desde su retirada. A Sarabia le gusta repetir algo que decía Severiano Ballesteros: «Cuanto más entreno, más suerte tengo». Pero da la impresión de que su juego no era sólo el resultado de muchos ensayos. Tal vez un marciano, como a Einstein, le fuera soplando la fórmula adecuada en cada instante.

Como la mayoría de los jugadores de clase, Sarabia es obsesivo y perfeccionista. Y no oculta el orgullo que le produce su talento. Al contrario, lo exhibe con naturalidad. «Siempre quise ser el mejor», dice. Se pasó la infancia haciéndole regates a su sombra, como regateaba a medio equipo contrario más el fraile en los Hermanos de La Salle de Sestao. Hoy, en su papel de comentarista deportivo, baja al césped antes de los partidos con el pretexto de saber cómo entra el taco. Lo que busca es que le echen un balón para dar unos toques y, si hay con quién, tirar unas paredes.

Sus regates eran de diseño, pero a la vez improvisados. Parecían fáciles porque jugaba al fútbol tan fácil como bailaba Fred Astaire. Una de sus fintas con patente era la versión futbolística de la carta oculta en el cuento de Poe, que los mejores detectives buscaban por todas partes y estaba abierta sobre la mesa. A Sarabia le venían dos defensas. Tocaba la bola ni mucho ni poco y amagaba con volverla a tocar. Los defensas iban al suelo por donde no era y el balón pasaba despacio entre los dos, sin que nadie volviera a tocarlo. Tras el balón pasaba Sarabia como pisando sobre ascuas, con aquellos andares de cigüeña. «Siempre digo que yo tuve que empezar a jugar al fútbol en la tripa de mi madre, que tenía una afición tremenda. Antes de venir aquí, servía en casa de unos señoritos, en Jaén. Los domingos salía a pasear o al cine, pero, si había fútbol, iba al fútbol. Estamos hablando de la posguerra, cuando era raro que una chica joven fuese al fútbol», comenta el gallartino.

- ¿Cuál es su primer recuerdo futbolístico?

- Me veo metiendo un gol en Gallarta a una portería formada por dos columnas de un banco.

- Háblenos del hermano Gregorio, su descubridor.

- Nos fuimos a vivir a Sestao cuando yo era un crío y el hermano Gregorio me daba clases en el colegio. Fue él quien me animó a que hiciera una prueba con el Sestao. Tenía doce años. Recuerdo que el campo estaba lleno de barro y todos eran mayores, así que ni toqué la bola. El entrenador, un tal Urbano, un señor muy majo, me dijo: 'Chavalín, ya te llamaremos'. Y claro, no me llamaron. El hermano Gregorio me animó después a que fuera al San Pedro. Jugué directamente un partido, con la ficha de otro, y me quedé. Ese año, en la Copa de Radio Juventud, le ganamos al Alirón, el infantil del Athletic, a penaltis. Yo lo marqué a la segunda. En el primer intento le pegué al suelo, pero el árbitro dijo que me había adelantado y me mandó repetir.

- Y del San Pedro, al Athletic.

- Sí. Me querían el Athletic y el Sestao. El Athletic me pagaba los estudios, pero el Sestao nos daba seis mil pesetas al mes, que era una ayuda increíble para mi casa. Pero mi hermano y mis padres entendieron que para mi futuro era mejor el Athletic.

- Por cierto, su hermano no pudo jugar en el Athletic porque había nacido en Jaén, aunque vino aquí de niño y jugó en el Gallarta.

- Entonces no era como ahora, que se aceptan los años de formación. Fue a Bertendona a fichar, le preguntaron dónde había nacido y no le cogieron. Yo era un crío, y con toda mi inocencia le dije que no se preocupara, que yo había nacido aquí y jugaría en el Athletic.

- Comenzó en los juveniles.

- Sí. Entonces había dos juveniles. Yo jugaba con el segundo, el de Gonzalo Beitia. Éramos menos fuertes pero jugábamos muy bien al fútbol. Gonzalo ha sido el mejor entrenador que he tenido. Le tengo un cariño especial. Fue clave para mí en una edad fundamental. El Athletic decidió que yo hiciera un trabajo extra por la mañana y ahí estaba Gonzalo. La dedicación y la paciencia que tuvo conmigo, los trabajos individualizados, de control, pase, manejo de la pierna derecha, fueron decisivos. Todos hemos conocido a chavales que jugaban muchísimo al fútbol y no tuvieron suerte, o nadie creyó en ellos tanto como Gonzalo en mí. Fueron tres años en los que prácticamente viví en Lezama. Cuando fiché por el Athletic pesaba 52 kilos. Era alto, pero un palillo. En un entrenamiento driblé a no sé cuántos pero cuando llegué ante el portero me caí. Me llevaron a La Rioja, a comer chuletas y a entrenar.

- ¿Usted ya se ve entonces en el primer equipo o le parecía un sueño imposible?

- Era mi máxima ilusión. Mis ídolos eran Fidel Uriarte, Iribar y Rojo. Fidel me quería mucho. Fue un poco mi padrino. Me contaron que, viéndome en un partido desde la cristalera de Lezama, dijo: 'Ése que lleva el 10 me va a sustituir a mí'. Yo jugaba entonces de interior.

Un tirillas sobre el barro

- Koldo Aguirre le subió al primer equipo.

- Y le estoy muy agradecido. Me llevo muy bien con Koldo.

- Sin embargo, fue con Koldo y luego con Senekovitch cuando empezó a oírse eso de que era usted un jugador de veinte minutos.

- Sí, pero cuando se decía eso saltaban inmediatamente los que me habían visto en el Barakaldo toda la temporada, muchas veces con quince centímetros de barro. La pelota se pegaba y pesaba el triple. Y yo ahí driblaba, salía, pasaba y metía goles. Los de Barakaldo lo han sabido siempre. Sobre esto hay una anécdota de Valdano. Cuando vino a España, al Alavés, le dijeron que los campos del Norte estaban siempre embarrados y se jugaba al pelotazo. Vino preocupadísimo. Y cuenta que un día, jugando en Barakaldo, vio a uno más tirillas que él que, en un campo embarrado, fue el mejor del partido.

- Aquel tirillas era usted.

- Pues sí.

- Tal vez la necesidad de adaptarse a un medio hostil le sirvió para desarrollar otros recursos.

- Obviamente, yo no he tenido nunca el físico de Urkiaga, que era un portento. Cuando todos estábamos con 190 pulsaciones, tras correr unas tandas, Santi tenía 145, lo que quiere decir que podía hacer otras veinte carreras y seguir más fresco que los demás. Pero en una estructura de equipo no pueden ser todos de las mismas características. Si juegas con once Messis no vas a ganar. Ni con once Urkiagas. Un equipo tiene que ser equilibrado, es una suma de condiciones de unos y otros. Uno rinde por correr, otro porque está siempre en el sitio, es intuitivo, habilidoso, o contundente, cada uno con sus características. La mayoría de los jugadores talentosos han sido tachados alguna vez de fríos, irregulares, lentos&hellip Y no tienen por qué serlo, juegan de otra manera. Se trata de tomar bien las decisiones, cada uno con sus recursos.

- ¿Y le dolían esos comentarios de que no valía para partidos completos?

- Cómo no me van a doler. Me estaban cuestionando por algo que no era cierto.

- El Barakaldo fue decisivo en su formación, pero seguro que no le sentó muy bien esa cesión.

- Normal. Yo ya estaba en el primer equipo del Athletic y se me cayó el mundo encima. Ahora sé que fue un momento clave en mi carrera y me reforzó. Allí encontré a jugadores como el 'Toro' Larreina. Si tengo que poner un ejemplo de alguien que ha sabido explotar al máximo sus cualidades, hablo del 'Toro'. No he conocido a nadie que haya vivido para el fútbol y exclusivamente para el fútbol como él. Tenía una capacidad de sufrimiento descomunal. Se levantaba a las cinco de la mañana, se ocupaba de la carnicería, por la tarde iba a entrenar y luego a casa, a acostarse pronto. En el campo empezaba de delantero centro y, a medida que pasaba el partido, se iba retrasando para empujar al equipo hacia adelante. En un partido contra el 'Dépor' perdió seis kilos. Terminaba jugando de central. Yo le he visto con el abductor destrozado. Eso duele hasta cuando te rozan las sábanas, y él se ponía una servilleta en la boca y dejaba que Juanjo Campa le metiese el puño para poder jugar el domingo. Era el ídolo de Barakaldo, tenía que serlo, pero yo también lo fui ese año, de otra manera. Los aficionados del Barakaldo siempre han sido mis mayores defensores.

Aquel balón de Yes

- Más allá de lo que se discutió sobre usted, lo que nadie cuestionó nunca fue su clase.

- Yo creo que en la valoración de mi juego hay tres niveles, uno muy alto, demasiado alto, otro un poco por debajo, que es el que yo creo que me corresponde, y un tercer nivel muy por encima de los dos anteriores, que es el que yo creo que hubiera dado si se me hubieran apoyado más. Yo veo esos reportajes de Messi cuando era un niño y digo: 'Ése soy yo'. Messi hace lo que hace porque se divierte y le sale. A mí me salía. Messi toma una decisión cada milésima de segundo. Entro, salgo, ahora la piso&hellip Eso se tiene o no se tiene. Y luego se practica, claro. Yo he dormido con mi balón de Yes y he pasado muchas horas tocándolo contra la pared de mi casa. Siempre quise ser el mejor. Buscaba la perfección. Inconscientemente, adquieres destrezas, respondes a lo que la pelota te dice. A veces se queda corta y tienes que atacarla, a veces te viene encima y tienes que dejarla correr, pero cuando eres futbolista todas esas acciones son intuitivas. Empiezas a darte cuenta de los mecanismos cuando eres entrenador y te toca corregir a otros.

- ¿Siente que fue un jugador incomprendido?

- No me siento incomprendido, pero sí desaprovechado. Me faltó apoyo para llegar a ser lo que podía haber sido.

- Hablemos del equipo campeón. En la primera vuelta de la primera temporada de Clemente ya juega usted poco.

- Sí, pero a partir del décimo partido ya lo juego todo.

- Y el Athletic, por cierto, hizo una segunda vuelta magnífica.

- Excepcional, yo creo que el mejor fútbol de esos años lo hicimos en esa segunda vuelta.

- ¿Y cómo fue?

- Es que hacíamos una media de tres goles por partido, llegábamos cuarenta veces a la portería contraria, teníamos veinte ocasiones de gol. Arrollábamos. Velocidad, ritmo, intensidad, profundidad y buen juego. Éramos una apisonadora.

- Por eso fueron campeones en las temporadas siguientes.

- Es que teníamos un equipazo. Éramos los mejores. ¿Quién tenía mejor portero o mejor defensa o un medio campo que metiera tantos goles o una delantera con más clase? Teníamos mucho gol. En la estrategia, Rocky y Goiko te garantizaban siete u ocho goles por temporada. Ésos eran muchos puntos. Sola y Urtubi te hacían cinco o seis goles, y De Andrés, que era un pivote extraordinario, metía tres o cuatro desde fuera del área. Un equipo con centrocampistas que hacen goles está arriba seguro. Y la delantera... Buscad una mejor, con mejores cualidades conjuntadas de oportunismo, calidad, remate, técnica, velocidad, llegada, sorpresa, habilidad&hellip Éramos los mejores.

- Clemente fue muy importante en esos primeros años para convencerles de eso, de que eran los mejores.

- Yo no voy a discutir su carácter ganador, ni el buen ambiente que supo crear al principio. Fue importante, pero nosotros sabíamos lo que éramos. Casi todos estábamos en nuestro mejor momento. Los equipos de cantera tienen ciclos y nos tocó un ciclo alto, al que complementaron algunos un poco más veteranos, como Dani o Núñez, y otros más jóvenes, como Urtubi. Veteranía, juventud, ambición, garra, técnica, todo se conjugó para que fuéramos campeones.

Un triste adiós

- En enero de 1986, Clemente empieza a dar titulares: 'Sarabia o yo', 'Sarabia no volverá a jugar conmigo'&hellip y el club cesa al entrenador.

- Todo aquello fue muy triste.

- Y el equipo fue a menos.

- Claro, pero siguió siendo bueno.

- ¿Cómo llevó su salida del Athletic?

- Pues muy mal. Había firmado por dos temporadas y una tercera condicionada a jugar veinte partidos, pero en privado me habían dicho que se trataba de algo simbólico. Llegó ese tercer año, llevo quince partidos jugados y, de repente, dejo de jugar. Me quedo en diecinueve. Termina la temporada y me dan la libertad, y yo le digo al presidente que dónde está lo que habíamos hablado. El año siguiente jugábamos la UEFA. Tal vez no fuera a jugar cuarenta partidos, pero con la exigencia que supone la UEFA, me consideraba un jugador todavía muy útil para el equipo. No pudo ser. Y me fui al Logroñés. Tuve ofertas del 'Dépor' y el Sevilla, pero Logroño estaba cerca y no tenía que desplazar a la familia. Además, estaba Irureta de entrenador y vestían de rojiblanco.

- Se le haría duro.

- Sí, pero igual que cuando fui al Barakaldo tuve fuerza para darle la vuelta a la situación, y estuve muy a gusto, todavía me quieren mucho. Volví a disfrutar del fútbol y me demostré que, efectivamente, todavía tenía muchas cosas que hacer.

- Luego fue entrenador.

- Sí, entrené a los juveniles del Athletic, al Bilbao Athletic, al Badajoz y al Numancia. Yo siempre he tenido una idea del juego similar a la de Guardiola, luego hacen falta jugadores que la desarrollen. Estuve a punto de entrenar al Athletic, que estaba pasando una mala racha, pero tenía buenos jugadores. Al final no pudo ser.

- Y sigue en el fútbol como comentarista.

- Es muy bonito, preparo a fondo la documentación, me lo tomo muy en serio y tengo buenos amigos, pero echo de menos jugar y entrenar, por ese orden.

Las lágrimas de Sarabia por Clemente

- 'Sal, pero no hundas el barco'. Dicen que se lo dijo Clemente en uno de sus primeros partidos. Vamos, que no empezaron muy bien ustedes dos.

- Yo no he contado nunca esas cosas. Ahora bien, cuando él llegó, dio una lista de posibles goleadores y yo estaba bastante abajo, cuando era de los que más goles metía. Ya entonces pensé que pasaba algo raro.

- ¿Le conocía de antes?

- Claro. Cuando se intentaba recuperar de la lesión le pusieron a jugar en el Bilbao Athletic y coincidí con él en Lezama. Los juveniles entrenábamos a veces con el Bilbao Athletic. Recuerdo una jugada. De un rechace, va y tira una pared. Y pienso: '¡Qué futbolista!'. Y recuerdo su homenaje con el Borussia. Le vi salir al campo con las muletas y me puse a llorar.

- ¿Su obsesión por el fútbol, la conciencia de su propia clase, le pudieron hacer un jugador problemático para estar en el banquillo?

- Yo he estado en el banquillo mucho menos de lo que parece. Cuando Clemente dice 'Sarabia o yo' no es por mí, sino porque los medios y la afición están pidiendo que juegue. Ahora bien, cómo voy a estar contento de suplente. El jugador que está contento en el banquillo es que no sirve.

- El entrenador, de todos modos, está en su derecho de elegir.

- Claro. Está el gusto personal. La selección es campeona del mundo y hace el mejor fútbol porque una persona, Luis Aragonés, toma la decisión de llevar a los mejores. Es muy difícil que salga una generación de jugadores tan buenos, pero jugadores buenos ha habido siempre. Al final hay alguien que toma la decisión de apostar por el juego. Pero eso se podía haber hecho antes. También había futbolistas para tocarla, para jugar, pero se eligió jugar de otra manera. A mí me quiso fichar Menotti para el Barça porque yo encajaba en su idea del juego.

- Clemente no le perdonó que dijera que no saber si iban a jugar o no les generaba incertidumbre.

- No quiero entrar en detalles. Lo que puedo decir es que me entregaba al máximo en cada entrenamiento y en cada partido para jugar.

- ¿Le pidió Clemente que dijera delante de todos sus compañeros a quién debía quitar para ponerle a usted?

- Prefiero no entrar en eso. El entrenador es el que tiene la potestad para decidir quién juega. Ahora bien, yo desde el respeto digo que quiero jugar. Lo único que he pretendido es hacer mi trabajo lo mejor posible, y nada más. En estos años no he querido hablar de aquello porque en su momento la situación le hizo mucho daño al Athletic, a mí también, pero sobre todo al Athletic. Ahora, el hecho de que calle no significa que otorgue. Ahí están las hemerotecas y la trayectoria posterior de cada uno.

- Al cabo del tiempo nunca faltan los historiadores que apuestan por la equidistancia.

- Ah, eso sí que no. Lo que no voy a permitir es que se me haga corresponsable de aquello.

- ¿Y por qué fue? Hay incluso leyendas urbanas al respecto.

- No lo sé. Y no vamos a darle vueltas. Ahí están los hechos, las motivaciones importan menos.

- A lo mejor sencillamente él pensó que era mejor para el equipo que usted saliera en la última media hora.

- Ya, pero no puede ser que una virtud se convierta en problema. Si yo puedo meterme en el partido nada más salir, y crear una situación de gol, no es lógico que por eso se me castigue a jugar sólo ese tiempo. No, no fue eso.

La vóragine contra Malta

- Hablemos de su carrera en la selección, que tuvo dos grandes frustraciones, no jugar ni el Mundial de España ni el de México.

- Para el Mundial 82 se dio una lista de 40 en la que estaba, pero en la definitiva ya no. La Real había sido campeona y Santamaría quiso hacer bloque. La duda era entre Uralde y yo, y fue Uralde. Mi ausencia en México fue una de las consecuencias del lío con Clemente.

- Sí participó, en cambio, en la Eurocopa del 84.

- En semifinales ante Dinamarca empatamos con gol de Maceda tras una jugada mía, y metí el penalti decisivo de la tanda. Había cinco jugadores designados para eso, pero dos se borraron, así que vino Miguel Muñoz y me dijo que tirase. Y entonces, no sé por qué, le dije: 'Vale, míster, pero tiro el último'. Llegó el momento y me empecé a poner nervioso, hasta el punto de que fui a tirarlo con el chándal puesto y me tuvieron que avisar. Cuando llegué al borde del área, Arconada, que me estaba esperando con la pelota, me dijo: 'Lo metes seguro'. Pues bien, hay que patentar ese tranquilizante. Increíble. De estar alteradísimo, cagado de miedo, pasé a decirme a mí mismo: 'Lo meto seguro'. El portero danés vino hablando y gesticulando, para quitarme la concentración. Ni yo le entendí ni él me entendió, pero le dije: 'Anda, echa para atrás y cógela de dentro'.

- A esa fase final se llegó tras el famoso 12-1 a Malta. Luego se insinuó que no vinieron muy motivados.

- Si fue así, podrían haber avisado. Mirad, yo tengo una memoria exagerada. Al final de cada partido, tenía siempre la película entera en la cabeza y la repasaba por la noche. Pues el único partido en mi vida en que al terminar no sabía cómo había sido fue ése, del estrés, de la vorágine. Me cogieron a hombros y se me subieron los gemelos. La caseta estaba llena de gente. Le estoy viendo a Camacho, desnudo de cintura para arriba, y va uno con un micrófono y le pregunta: 'Camacho, ¿usted ha metido algún gol?' Y Camacho se le queda mirando con esa cara que pone y dice: '¡Yo qué sé, lo único que sé es que estoy reventao!'. Cuando mete el último gol Señor, yo voy corriendo a coger el balón de la red, casi sin darme cuenta de que no necesitamos más goles.

- Y antes del partido, ¿se creían capaces de meter doce goles?

- Había opiniones para todos los gustos. La mayor parte decía eso de 'vamos a intentarlo', pero en el fondo pensando que era imposible. Holanda le había ganado a Malta 6-0 sin esforzarse, porque no necesitaba más. Al ver ese partido yo al menos lo empiezo a creer. Y luego el partido fue como fue. En el descanso estábamos tres a uno. Y había que meter nueve.

- ¿Cómo ha vivido el campeonato del mundo de la selección actual?

- Me he sentido tremendamente feliz, porque es mi fútbol. Lo viví como comentarista, con Rafa Alkorta, Cañizares, Ferrer... Y lloré cuando metió el gol Iniesta. Se hacía justicia al fútbol. Fue un premio a la esencia del juego.