miércoles, 19 de octubre de 2011

Los Inolvidables: Koldo Aguirre

Los periodistas Jon Agiriano y Miguel González San Martín han reunido bajo el titulo 'Los Inolvidables' un conjunto de entrevistas a jugadores historicos del Athletic Club.

«Jugando era feliz»

«En la final contra el Betis metí demasiada presión a los jugadores. ¡Tenía tantas ganas de ganar!»



5 de febrero de 2011

JON AGIRIANO MIGUEL GONZÁLEZ SAN MARTÍN

Cuando Koldo Aguirre era futbolista, todavía no había nacido la palabra que mejor le definía: jugón. El centrocampista de Sondika, al que en sus buenos tiempos, a principios de los sesenta, conocían en San Mamés como 'el fielato' porque todo el buen fútbol del Athletic pasaba obligatoriamente por sus botas, siempre disfrutó con el balón, ya fuera moviéndolo en corto, en largo o disparando a portería. De la misma manera que otros lo veían como un objeto sospechoso, él nunca dejó de considerarlo su mejor aliado. Así se explica que, antes de los partidos, incluso de partidos históricos como la final de Copa de 1958, en el Bernabéu, ante el Real Madrid campeón de Europa, nunca se sintiera presionado o agobiado, sino expectante y feliz ante la inminencia del juego. «Yo todo eso que dicen de la presión del jugador no lo he sentido nunca. Yo jugando era feliz», dice, caminando por la ribera de la ría, en Deusto, frente al palacio Euskalduna.

A sus 71 años, Koldo Aguirre ejerce de embajador del Athletic ante las peñas, donde es recibido y agasajado como lo que fue, uno de los hombres que han escrito la historia del club: jugador durante doce temporadas, entre 1957 y 1969; entrenador del inolvidable equipo que fue finalista de la UEFA y de la Copa del Rey en 1977; y coordinador de Lezama entre 1990 y 1994. Hablamos, pues, de alguien que lo ha sido todo en el Athletic. En casos como el suyo, no sólo estaría justificada la nostalgia de los viejos tiempos, sino incluso una sublimación exagerada de los buenos recuerdos. Con Koldo Aguirre, sin embargo, sucede todo lo contrario. Una de las mejores razones para charlar con él de fútbol es, precisamente, la forma que tiene de enfrentarse a la memoria. No se trata de descreimiento -sigue amando el fútbol hasta el punto de que todavía es capaz de verse cuatro partidos una tarde de sábado-, ni tampoco de falsa modestia -no le falta el orgullo de los buenos jugones que, además, dominaron la suerte del gol-, sino de una especie de lucidez irónica que quizá le venga de su padre, del que nunca, ni siquiera cuando llegó a internacional, escuchó un elogio y sí, en cambio, bastantes comentarios mordaces.

- ¿Dónde comenzó a jugar?

- En la carretera general. Entonces pasaba un coche al mes, así que no había problema. En el pueblo había dos equipos: el de la herrería, que era el mío, y el de la estación. El primer torneo que jugué fue el de Acción Católica, con el Sondika. Jugué dos años ese torneo y un día me llamaron del Getxo para hacer una prueba en Gobelas. Recuerdo que me dieron a elegir botas o zapatillas, y yo elegí zapatillas porque no me había puesto unas botas en la vida. Jugué un tiempo, me dijeron que ya me podía ir a duchar y me preguntaron si quería fichar.

- Y les dijo que sí.

- Sí. Entonces no había ni intermediarios ni nada. ¡Por no haber, no había ni padres, ja, ja! Recuerdo que, cuando fui a casa y dije que había fichado por el Getxo, mi padre se sorprendió. '¿Cómo que has fichado?' '¿Sin decirme nada?'

- Al menos, su padre le acompañaría cuando fichó por el Athletic.

- Tampoco. Le dije que iba a fichar y me preguntó si tenía que ir conmigo a Bertendona. Le dije que me daba igual porque yo tenía tanta ilusión que iba a firmar lo que me pusieran. Fui con Viguera, un directivo del Getxo.

- ¿Recuerda qué contrato firmó?

- Entonces había una ficha estándar por cinco años. Los dos primeros cobrabas 70.000 pesetas al año, más un sueldo creo que de 5.000, no estoy seguro. Luego, si pasabas la criba de los dos años, te fichaban por otros tres más a 125.000. Yo tuve suerte porque me subieron la ficha después del primer año.

Mareos y biodramina

- Fichó con 17 años. Aparte de jugar al fútbol, ¿estudiaba o trabajaba en algo?

- Estudiaba cultura general en una academia y solía trabajar con un tío mío, que era fontanero. Pero tampoco es que me matase.

- ¿No llegó a trabajar en la herrería familiar?

- No. Nunca.

- Usted ficha por un gran Athletic, por un equipo que venía de hacer doblete la temporada anterior. ¿Le costó adaptarse?

- No. Mi adaptación fue cómoda porque entraba en un equipo hecho que había sido campeón de Liga y Copa. El Athletic, además, es diferente en esto. La gente te admitía sin ningún problema. Entrabas y parecía que llevases allí toda la vida. Eso no significaba que no hubiese clases, ja, ja... Yo me mareaba mucho en el autobús y solía salir rápido para poder montarme el primero, pero según llegaban los veteranos me iban mandando para atrás. Venía Piru y me decía: '¿Tú qué haces aquí?'. 'Es que me mareo'. 'Nada. Para atrás'. Hice algunos viajes horrorosos, hasta que empecé a tomar biodraminas y me quedaba medio dormido.

- Cuando hablábamos de adaptación nos referíamos también al aspecto puramente deportivo. Entrar en un equipo como aquel entrañaba una gran dificultad. El nivel de exigencia era muy alto.

- En lo deportivo tampoco tuve problemas. Enseguida se dieron cuenta de que a mí no me hacía falta mucha ayuda. Sustituí a Markaida y encajé muy bien. Tengo un recuerdo muy bueno de José Luis Artetxe. Hacíamos el ala. Empezaron a decir que éramos los únicos que hacíamos el uno-dos, el toque-desmarque y salida.

- Vamos, que no se puso nervioso por jugar con esos grandes futbolistas.

- Yo no he estado nervioso por jugar nunca. Por no jugar algunas veces, pero por jugar nunca. A mí jugar me encantaba.

- Eso es algo típico de los futbolistas de clase, de los que disfrutan con el balón. Los que sufren con él sí que llegan a pasarlo mal.

- Yo no he entendido nunca eso de la presión por jugar. Me lo tomo a cachondeo. ¡Qué presión ni qué leches! Cuando me silbaban, yo me crecía.

- ¿Cómo era el equipo de los once aldeanos?

- Era un gran equipo, con futbolistas extraordinarios como Garay, Maguregui, Artetxe o Gainza. Qué vamos a decir de Piru. Con 36 años todavía se iba de cualquiera en el uno contra uno, centraba, marcaba goles... Carmelo era muy bueno. El Chopo ha sido para mí el mejor del mundo, pero Carmelo era un gran portero. Orue y Canito eran defensas muy serios, y Mauri trabajaba mucho y se compenetraba muy bien con Maguregui. Markaida era un gran rematador. Yo les veía entrar a Markaida y a Uriarte de cabeza y me parecía que estaban locos. Uribe era un futbolista muy fino. Y el Chato (Arieta) daba miedo a los centrales. Tenía una fuerza y una casta impresionantes. Santamaría temblaba cuando tenía que jugar contra él. Pero lo mejor del equipo era otra cosa.

- ¿Cuál?

- Que todos éramos amigos. Aquello era otra historia. Otra forma de vivir el fútbol. Entrenábamos en San Mamés y luego íbamos a 'Los leones' a tomar un blanco o una cerveza y una banderilla. Pagábamos a escote y siempre salía ganando Mauri porque comía 40 banderillas y se tomaba 5 cervezas, y pagaba igual que todos. Y luego estaban los viajes. Nosotros salíamos el viernes y volvíamos el lunes a la noche. Imagínate el tiempo que teníamos para convivir. Y la amistad se nota mucho en un campo de fútbol.

Contra Di Stéfano

- No pudo debutar con mejor pie. Sólo llevaba jugados 8 partidos y pudo tomar parte en la final de Copa de 1958, uno de los grandes hitos de la historia del Athletic.

- Sí. Tuve esa suerte. Estuve a punto de debutar la temporada anterior, pero como no había cumplido los 18 años no me dejaron. Debuté contra el Zaragoza en la temporada 1957-58 y sí, mi noveno partido fue la final.

- Los días previos a aquel partido fueron muy movidos a cuenta de la designación del campo. ¿Estaban ustedes al tanto de lo que se cocía en los despachos?

- Estábamos al día completamente. Guzmán, el presidente de entonces, era un hombre muy carismático y familiar. Hablaba mucho con nosotros y fue el que nos dijo que la Federación quería que jugásemos en el Metropolitano, el campo del Atlético de Madrid. '¿Qué os parece?', nos preguntó. Y le dijimos que se quedaba pequeño para nuestra afición y que, si íbamos a ganarle al Madrid, mejor ganarle en su campo.

- Les ilusionaba el desafío ante los campeones de Europa.

- Claro. Además, estábamos convencidos de que les íbamos a ganar.

- ¿Y de dónde surgía ese convencimiento? En la Liga habían quedado sextos, muy lejos de un Real Madrid que, además, era campeón de Europa.

- Sí, es verdad. En la Liga habíamos estado regularcillos, pero teníamos confianza porque contra el Madrid solíamos jugar bien. En Madrid hacíamos buenos partidos y la gente nos trataba muy bien, no como ahora, que nuestros peñistas no pueden ni ir al Bernabéu.

- ¿Qué recuerda del partido?

- Recuerdo que yo estaba muy tranquilo, pero como era el jovencito del equipo, el presidente y los directivos pensaban que tenían que tranquilizarme y no paraban de entrar al vestuario para decirme que no estuviera nervioso. Y de tanto decírmelo me empezaron a poner nervioso. De hecho, tuve que decirle al míster que no les dejase entrar. Luego, al saltar al campo, lo que te impresiona es la afición del Athletic. Ves toda esa gente, todas esas banderas, y piensas que no les puedes defraudar. Piensas mucho más en ellos que en ti mismo.

- Al final, se proclamaron campeones con una cierta comodidad.

- Sí. El partido lo ganamos bastante fácil, la verdad. Metimos el primer gol pronto y luego manejamos bien el partido. Tan bien lo manejamos que, al final del partido, Di Stéfano tiró las botas y rompió un cuadro, del cabreo que se llevó.

- Le marcaron bien.

-Sí. Yo por delante y Etura por detrás. Recuerdo que Di Stéfano me viene en un momento del partido y me dice: 'Pibe, deja de marcarme, que tú juegas bien al fútbol'.

- ¿Cómo fue la celebración?

- Pues yo era el juguete de todos, el chavalito, y todo el mundo me felicitaba. Estábamos en el hotel Nacional, en Atocha. Disfruté como un enano.

- Aquella vez sí le acompañaría su padre.

- Estuvo en el hotel, sí, pero no pudo quedarse a la cena porque había venido en un camión con banco corrido y tenía que regresar a Bilbao. Pero me hizo ilusión que estuviera allí. Y eso que mi padre era un hombre de pocas palabras y muy exigente. Nunca me dijo que había jugado bien. A los jugadores nos daban entonces en San Mamés dos palcos en la esquinita y dos preferencias de pie en la tribuna Norte. Y mi padre nunca iba al palco. Prefería la Preferencia y allí escuchaba todo lo que decían de mí, que si era un cabrón, que si era un vago... Luego, volvía a casa y me decía que me habían puesto a parir.

- Hombre, alguna vez también le diría que le habían puesto bien.

- No, no. Era una cosa exagerada. Volvía contento de un partido después de haber marcado un par de goles, por ejemplo, y me decía que no había hecho nada. A veces, me hizo hasta llorar.

- ¿Cómo le influyó tener un padre con ese carácter?

- Creo que para bien. Siendo coordinador de Lezama traté con muchos padres. Casi todos eran muy buena gente, la verdad, pero algunos perjudicaban mucho a los críos porque les valoraban muy por encima de lo que eran. Ahora bien, ni tanto ni tan calvo. Mi padre se pasaba un poco.

La peor experiencia

- Otra persona muy importante en su vida fue su hermano Iñaki.

- Así es. Murió de leucemia cuando yo tenía 29 años. Era el pequeño. Había fichado por el Real Madrid y estaba empezando a jugar los partidos de entre semana. Creo que hubiese acabado jugando en el Madrid. Por entonces estaban de porteros Bentacourt y Araquistain. Soy muy amigos de los dos y siempre me dicen que Iñaki les hubiera quitado el puesto.

- ¿Cómo vivió su enfermedad y su muerte?

- Para mí fue un trauma tremendo. Yo a mi hermano le daba todo. Le compré el coche sabiendo que se iba a morir. Fue terrible. Cuando le hacían las transfusiones revivía y quería volver a jugar. El hematólogo me decía que no le dejase, que no podía, que si se pegaba un golpe podía ser muy peligroso. Tuvo que dejarlo. A mí aquel sufrimiento me quitó años de vida como futbolista.

- Cuando murió ya se había ido usted al Sabadell.

- Sí. Ronnie Allen quiso que siguiese, pero me fui al Sabadell para olvidarme del tema. Quería marcharme, estar apartado, sobre todo para no tener que estar mintiéndole a mi madre todos los días. Porque yo era el único que sabía la verdad.

- Uno de sus momentos más recordados como jugador fue la eliminatoria de UEFA de 1967 con el Liverpool, la del cara y cruz. ¿Le impresionó Anfield?

- No. Ellos fueron una afición exquisita, que no dejó de cantar y animar. Los que me impresionaron fueron los jugadores del Liverpool, que no nos dejaron pasar del centro del campo. Bueno, pasamos una vez y marcó Argoitia. El Chopo estuvo fenomenal. Hicimos lo que pudimos y aguantamos hasta el final de la prórroga.

- ¿Cómo fue lo de la moneda?

- Dicen que tuve mucha suerte, pero no es verdad porque yo no pedí nada. Ellos pidieron todo. Había una moneda que era roja por un lado y azul por el otro. Como yo no sabía inglés, tuvo que venir don Javier Prado. El árbitro tiró la moneda y salió azul. Nosotros habíamos pedido rojo, así que pensé que ya la habíamos jodido. Pero no. La primera moneda se tiró para ver quién elegía color. Ellos eligieron el rojo porque vestían así y salió azul. Pegué un bote de alegría y salí corriendo.

- ¿Y cómo fue su famosa bronca con Piru y su apartamiento del equipo?

- Una bobada que no merece la pena recordar. Fue un tema desagradable para mí. Fue por defender a Fidel Uriarte. ..

- Mejor recordar sus cuatro goles a Carmelo, en un partido contra el Espanyol.

- Sí, ja, ja. Lo mejor fue que, al final del partido, fui a darle un beso a Andoni, que entonces era muy pequeñito. Estaba enfadado. Y me dijo: 'Tío, no te doy un beso, que le has metido cuatro goles a aita'.

«Creo que el Athletic no ha jugado nunca mejor que aquel año de la UEFA»

- Su carrera comienza con un éxito tremendo y termina con otro, la Copa de 1969. Entre medio, sin embargo, se vivieron años grises de transición.

- Sí. Fuera de casa era mejor ni vernos. Éramos un desastre. Menos mal que no había televisión, ja, ja.

- ¿Llegó a sentirse frustrado?

- Nunca. Yo sabía que estaba en un equipo en el que había transiciones y que me había tocado una de ellas. Y tenía que asumirlo. Hombre, alguna vez te cansabas. Una vez me pusieron una multa porque, después de un pelotazo que pretendía pasar por un centro, y que me pasó por encima, hice el gesto de que le disparaba al balón con una escopeta. ¡Plato!

- Ahora se hincharía a disparar.

- Ja, ja. Yo, de todas formas, era feliz en el Athletic. El Real Madrid, de hecho, me quiso fichar un par de veces, pero nunca pensé en irme. Eso sí, me venía muy bien que el Madrid se interesase por mí porque cada vez que lo hacía me subían la ficha un 10%, ja, ja.

-El equipo se renovó casi por completo y a usted le tocó el papel de veterano. ¿Ejerció de ello?

- Sí. Yo siempre fui muy paternal con los que iban entrando en el equipo. Les acogía con cariño y les transmitía los consejos que yo había recibido. Esta última obligación para mí era fundamental. Por eso siempre he tenido muy buenos amigos en el equipo.

- Habla de consejos. ¿Qué consejos?

- Los que antes me habían dado a mí. Que jugar en el Athletic es un privilegio, que esta camiseta te obliga a defender unos valores y que tienes que darlo todo para corresponder a la afición.

-¿Le costó dejar el fútbol?

-No me dio tiempo a pensar porque seguido me casé. Vine de Sabadell, me casé y empecé a entrenar al Erandio, luego al Villosa, al Alavés en Tercera División... Hasta que entré en Lezama a entrenar a chavalitos.

-¿Tenía vocación?

- Sí. Ya de jugador era medio entrenador por mi forma de ver el fútbol.

- Tenemos entendido, sin embargo, que su mujer se sorprendió cuando le ofrecieron entrenar al Athletic.

- Sí, ja, ja. Cuando le dije que iba a firmar me preguntó si iba a entrenar al equipo yo solo. No confiaba mucho, la verdad.

- ¿Se sintió muy responsabilizado al coger al equipo?

- No. La verdad es que tenía mucha seguridad en mí mismo. Sabía que lo podía hacer bien. Había buenos futbolistas y vino otro, Churruca, que redondeó el equipo. Le dio empaque. Me costó convencer a Eguidazu, porque eran 50 millones, pero lo amortizamos en un año.

-En el fútbol valen los títulos, pero también los buenos recuerdos. Su Athletic no ganó la UEFA, pero ha quedado en la memoria de todos los aficionados.

- Me lo dice mucha gente y creo que es verdad. Fue un gran equipo que jugó muy bien al fútbol. Creo que el Athletic nunca ha jugado mejor que aquel año.

- No estaría mal que aquel fútbol fuese el modelo que intente aplicarse en el Athletic, del primer equipo al último de Lezama. Que esa sea la aspiración.

- Es difícil. De hecho, yo no he visto nunca jugar al Athletic así.

- Usted tenía muy claro el estilo de juego.

- Como siempre me gustó jugar bien, siempre entrené para que mis equipos jugaran bien. Del Athletic fui al Hércules. Estuve tres años y me fichó el Valencia por cómo jugaba aquel Hércules. Y eso que éramos un equipo mediocre y para salvarnos tuvimos que hacer virguerías. La intención de jugar bien la tuve desde el principio. El Villosa jugaba de maravilla. Aquí le metimos cinco al Bilbao Athletic.

Cuatro momentos estelares

- Se hace obligatorio recordar algunos de los grandes momentos que vivió en los banquillos. El penalti de Madariaga en San Siro, por ejemplo.

- Veníamos de perder en Atotxa por 5-0. Llegamos a Milán e hicimos una primera parte bastante buena. Llegamos al descanso 0-0 y con el 4-1 de la ida todo parecía solucionado. Pero llegó el desastre. Se pusieron 3-0, lo que nos dejaba eliminados. Y a falta de cinco minutos para el final le hicieron el penalti a Rojo. Yo estaba blanco. Guillermo Perdiguero me dijo después que nunca me había visto tan jodido. Y era verdad. Recuerdo que Dani, que estaba en el banquillo, se ofreció a tirar el penalti y le dije que no, que si le sacaba y fallaba nos mandaban a los dos a Siberia. Lo tiró Madariaga.

- ¡Y con la izquierda!

- Nos asustamos un poco, pero la verdad es que le pegó una buena castaña por la escuadra.

- ¿Qué recuerda de la final de la UEFA?

- Cuando nos metieron el 0-1 pensé que la cosa estaba muy jodida. Los italianos son muy tramposos y saben perder el tiempo muy bien. Y el árbitro, Linemayer, pitaba su último partido. Estaba comprado, seguro. Estoy convencido. Años después me encontré con él. Yo había ido con mi mujer y mis hijas a celebrar mi cumpleaños en el 'Rogelio' y, de repente, veo a Linemayer en un reservado. Estaba con Manolo Morán y con el presidente del Colegio de Árbitros. A este le tengo que decir algo, pienso. Se lo digo a mi mujer y me dice que estoy loco. Voy, me lo presenta Manolo Morán y le digo que había entrado para decirle que era un carota y que nos robó el partido. Morán se quería meter debajo de la mesa. Me desahogué bien. La verdad es que nos jodió. Dejó sin pitar un penalti clarísimo a Churruca y nos rompió el ritmo todo el partido.

- Peor fue la final contra el Betis.

- Fue distinto, sí. Yo cuando llegamos a los penaltis sabía que íbamos a perder. Se lo dije a Rafa (Iriondo). Con el culo que tú tienes, ganas seguro, le dije. Y así fue. Dani, que no fallaba nunca, tuvo que fallar allí. De todas formas, siempre he pensado que mucha culpa la tuve yo. Creo que les metí demasiada presión a los jugadores. ¡Tenía tantas ganas de ganar! Les jodí vivos. Porque la verdad es que ese día no jugamos bien.

- Su gran éxito, curiosamente, llegó de forma indirecta: salvando al Valencia tras ganar al Madrid dio el título de Liga al Athletic.

- Es verdad. En el Valencia nos jugábamos la vida y necesitábamos ganar, pero Manolo Mestre, que sabía cómo era yo, me iba dando los resultados del Athletic en Las Palmas. Los últimos minutos fueron tremendos. El famoso remate de cabeza de Santillana al lateral de la red no lo vi porque estaba rodeado de fotógrafos. Al acabar me llevaron a hombros hasta el hotel. Luego fui con mis amigos de Bilbao al restaurante de uno de mi pueblo. Empezamos las canturriadas y, de repente, entró el presidente del Valencia. Me preguntó por quién cantaba y le dije que primero por el Athletic y luego por el Valencia.