domingo, 2 de octubre de 2011

Los Inolvidables: Iñaki Sáez

Los periodistas Jon Agiriano y Miguel González San Martín han reunido bajo el titulo 'Los Inolvidables' un conjunto de entrevistas a jugadores historicos del Athletic Club.

«Lo mío siempre ha sido aprender y enseñar»

«Ganar la Copa de 1969 cambió a nuestra generación. Empezamos a creer de verdad en nosotros»



15 de enero de 2011

JON AGIRIANO MIGUEL GONZÁLEZ SAN MARTÍN

Iñaki Sáez está muy moreno. Siempre lo fue, por eso le pusieron 'Jaburu' como nombre de guerra, el nombre de un futbolista del Oporto más que moreno que había jugado tiempo atrás en San Mamés. Sus compañeros del Athletic le llamaron 'Indio' en alguna época, seguramente por lo mismo, por el color de su piel. Podría haber hecho en el cine de un jeque árabe refinado y hospitalario. Ahora está aún más moreno, si cabe, porque toma el sol en Tenerife, donde estira el verano cuatro meses más cada año. Ha interrumpido esta vez esa costumbre para acompañar a su hija, que ha venido con él desde Canarias para dar a luz en Bilbao.

-«Para que pueda jugar en el Athletic si sale futbolista»-, dice como de broma. Sus interlocutores sonríen, pero saben que no es ninguna broma, sino una razón más, y de peso, para que el niño sea bilbaíno.

Sáez mantiene la mirada un buen rato mientras habla, una mirada de ojeador, como si quisiera estar pronto seguro de poder relajarse y hablar con tranquilidad. Le gusta hablar, da la impresión de que se ha pasado la vida intentando hacerse entender. Nació en el mismo Bilbao, en la plaza del Bombero Etxaniz, y vivió siempre frente al campo de Garellano. Su padre trabajaba de engrasador de camiones en el Garaje San Mamés, catorce horas al día, hasta las diez de la noche. De niño, Sáez jugaba al fútbol en las calles sin apenas coches, en los solares de Basurto, en Capuchinos, en el campito de La Misericordia, en la Campa de los Ingleses, en Zorrozaurre, incluso en La Peña. Veía los partidos de aquel Indautxu bueno del que recita la alineación, el de Ríos, Pereda, Jones... A él le gustaba Pereda. Ya entonces iba al campo a disfrutar pero también a aprender.

-«La verdad es que lo mío siempre ha sido aprender y enseñar»-, confiesa.

Su padre empezó a llevarle al fútbol. La primera vez, a ver al Barakaldo. Luego, con los amigos, se hizo un asiduo del 'triangulillo', el famoso rincón que separaba en San Mamés la antigua general de la tribuna Norte. Allí veía los partidos y tiraba del pantalón a los jugadores que iban a sacar el córner. A José Luis Artetxe, por ejemplo, cuyo puesto heredaría años después. Sáez fichó por los juveniles del San Vicente con 15 años. La prueba fue un partidillo dos contra dos, en las traseras de la iglesia del barrio. A renglón seguido, le pusieron a firmar y le dieron la camiseta. Tuvo que esforzarse para compaginar el fútbol con los estudios.

- Era usted un buen estudiante.

- Es verdad. Fui premio de honor del Ayuntamiento. Me lo entregó el alcalde, Joaquín de Zuazagoitia, y siempre estudié con beca de la Caja Municipal. La beca tenía de bueno que te obligaba a esforzarte para no perderla. Dos veces por semana, tomaba el tren en Olabeaga, me bajaba en Lutxana y luego iba caminando hasta Landabeko, donde se entrenaba el San Vicente. Jugué dos partidos con los mayores, todavía en edad juvenil, y enseguida me fichó el Barakaldo.

- Les llamaría la atención su velocidad. Fue siempre su gran arma.

- Sí. El fútbol depende en gran medida de las condiciones físicas de cada uno. Mi juego era tirar el balón para adelante y correr más que el rival. Hacía el uno contra uno desbordando por velocidad. El objetivo era llegar a la línea, centrar por delante del portero y confiar en que algún compañero anduviera listo al remate. Ahora se juega de otra manera. Si sólo tienes esa jugada te cierran enseguida. Hay que tener salidas por otros sitios, manejar las dos piernas, aprender otras cosas... Ahora los jugadores son mucho más completos que en nuestra época. Además de más técnicos, son más fuertes y rápidos, hacen pesas, van mucho al gimnasio...

- Y mucho más rápidos. La velocidad sigue siendo algo básico.

- Sí. Y no hablamos sólo de la velocidad corriendo. La clave del fútbol está en la velocidad de los gestos, lo mismo para controlar que para driblar, para frenarse en seco, para lo que sea. En esa velocidad está ya descontada la imaginación, la intuición, la inteligencia... A fin de cuentas, los gestos los ordena el cerebro.

- ¿Esos gestos pueden aprenderse?

- Claro. Mira, me acuerdo de una jugada que vi hacer a Gento III en un partido de selecciones regionales juveniles. Le pegó al balón, apenas un roce, con el exterior del pie. La pelota, como en los retrocesos del billar, salió hacia atrás, hacia el lugar que Gento ya buscaba, disparado, tras darse muy rápido la media vuelta. Estuve practicando mucho tiempo esa jugada, hasta dominarla.

- Usted centraba muy bien, con parábola.

- Sí, pero era una parábola que solía salirme rasa. No siempre la elevaba lo suficiente. Nunca centré como Txetxu, ja, ja.

- Sólo jugó un año en el Barakaldo, pero le cundió. Tuvo a Rafa Iriondo como entrenador.

- Iriondo me enseñó muchas cosas. Él había sido extremo derecha de los grandes. Quería enseñarme cuanto sabía, me daba todas las oportunidades. Tiraba las faltas. Me ponía un defensa en los entrenamientos y me enseñaba: sal por aquí, por allá... Me enseñó a golpear con el 'chanfle' (de rosca), a tirar los penaltis, las faltas por encima de la barrera. Me enseñó dos o tres jugadas que eran la base de mi repertorio junto con la velocidad. A correr y frenar. Yo fui su niño bonito.

Golpeos contra el muro

- ¿Cómo fue su fichaje por el Athletic?

- Un directivo del Athletic, Celaya, que era de esos directivos verdaderamente aficionados que veían mucho fútbol de regional y de juveniles, me vino a buscar. Entonces no había representantes ni historias. Fue a hablar al taller con mi padre y le dijo que estaban interesados en ficharme. Imagínate qué ilusión.

- Cuentan que se presentó en bici al primer entrenamiento de San Mamés.

- Sí, ja, ja. ¡Y con aquellas pinzas que se usaban para sujetar el pantalón! Ipiña me vio y me echó una bronca tremenda. Le debió de parecer muy poco serio.

- ¿Le imponía verse en el mismo equipo de futbolistas que hasta hacía bien poco eran sus ídolos?

- Un poco sí, evidentemente. Nunca me olvidaré de mi primera concentración. Estábamos en el hotel Carlton y a Fidel Uriarte y a mí, que éramos dos de los nuevos, nos tocó sentarnos en la mesa junto a Carmelo y a Canito. ¡Con lo que habían sido ellos! Nos pasamos la comida callados, escuchándoles... No nos atrevimos ni a probar el vino, por si nos decían algo.

- Su primer entrenador fue Ángel Zubieta, uno de los futbolistas del Athletic que se fue con el equipo de Euskadi durante la Guerra.

- Zubieta se interesó mucho por mí. Me enseñó a mejorar el golpeo, chutando con el exterior contra el murito de San Mamés después de los entrenamientos. Solía decirme que en el fútbol hay que hacer pases que se vean, que son los que se hacen con el interior, y otros que no se vean, con el exterior.

- ¿Cómo recuerda su debut?

- Tuve la suerte de que a Artetxe le pasaran al extremo izquierda y yo jugué en su puesto. Debuté un partido antes que Iribar, por eso fui luego capitán. Pronto llegaron Uriarte, Aranguren, Argoitia... El equipo llevaba cinco negativos y Zubieta cambió de golpe a cinco jugadores. Ganamos 1-2 en Córdoba y empezamos a tirar para arriba.

- Se refiere al Córdoba de Mingorance. Aquel equipo daba miedo.

- Eran duros, sí. Mingorance y Navarro. A mí me marcaba Navarro. Me dio una vez un buen pelotazo en la boca. Eran duros, sí.

- Comenzó su carrera como extremo, pero acabó triunfando como lateral. ¿Cómo fue ese paso?

- Lo mío fue un ejemplo de cómo interviene la suerte en todas las cosas. Yo llevaba cinco años en el Athletic. Me casaba el 13 de junio y la víspera jugábamos un amistoso en Irún contra el Barça. Dos días antes, un directivo me dijo que en la junta tenían dudas de si renovarme o no, y que iba a depender mucho de lo que hiciera en ese amistoso. En aquel Barcelona jugaba de lateral izquierdo Gracia, que iba a retirarse. Koldo Aguirre era amigo suyo de la selección y le comentó lo que me pasaba. 'Dile que no se preocupe', le dijo. Pues bien, hice el mejor primer tiempo de toda mi vida. Me iba por todos los lados. ¡Y recuerdo que Gracia me animaba! En el segundo tiempo le cambiaron, pero yo había dejado un gran sabor de boca y me renovaron. Me renovaron sí, pero no jugaba nada. Y, de repente, se lesionaron todos los laterales: Txutxi, Zugazaga, Senarriaga... Piru no sabía lo que hacer y Koldo, que era mi salvador, fue a donde él y le dijo: ¿Por qué no le pones al Indio de lateral? Me hizo una prueba un jueves por la noche en San Mamés. Tuve que marcarle a Txetxu Rojo, que era también muy amigo y se portó bien, ja, ja. El caso es que ese domingo jugué contra el Espanyol y, en los siete años siguientes, sólo me perdí cuatro partidos. Algunos entrenadores me decían a veces que marcaba por teléfono. La verdad es que no tenía condiciones especiales para el marcaje, pero las suplía con buena colocación. Y por velocidad no se me marchaba ninguno.

Los dos títulos

- ¿Cuál es su mejor recuerdo como jugador?

- Fueron dos: fichar por el Athletic y los dos títulos de Copa.

- ¿Qué recuerda de aquellos partidos?

- La Copa se jugaba entonces después de la Liga. Y el Athletic solía terminar fuerte las temporadas. Marzo era siempre un mes malísimo para nosotros, pero luego renacíamos para la Copa. Lo grande de las finales es que se celebran en una ciudad que no es la tuya, pero a la que va la tuya entera. El ambiente es increíble. Te emociona. Es algo inolvidable. En la de 1973, además, me tocó recoger la Copa. Recuerdo que Villar se metió por debajo, me subió a hombros y me paseó por todo el campo. Lo que sería aquello que hasta me quitaron las botas.

- Lo que no pudo ganar fue la Liga y mira que la tuvieron cerca en la temporada 1969-70.

- Ganar la Copa del 69 cambió a nuestra generación. Empezamos a creer de verdad en nosotros. Entonces llegó Ronnie Allen con otros entrenamientos, con las famosas carreras por la playa de Sopelana, que nos hicieron coger mejor forma física. La verdad es que estábamos muy fuertes. Esa temporada sólo nos metieron tres goles en San Mamés. ¡Tres! Lo que nos faltó fue fuerza en los últimos cinco partidos. Nos vinimos abajo.

- Perdieron la Liga en Valencia.

- Bueno, sí, pero yo creo que la habíamos perdido antes en Atotxa, en aquel partido en el que expulsaron a Txetxu Rojo y a Antón Arieta.

- Un gran amigo suyo, José Ángel Iribar, cuando le preguntamos por su peor momento en el Athletic no lo dudó y se acordó de sus fiebres tifoideas. Usted no sufrió algo así, pero vio peligrar su carrera tras un accidente de moto.

- Sí. Yo estaba haciendo la mili en Zorroza. Entraba a las siete de la mañana e iba en moto con un amigo. En la curva de entrada a Zorroza nos caímos y dimos varias vueltas. No me pasó nada, pero al día siguiente no podía respirar. Sólo me entraba un hilito de aire. Me acojoné. Fui al médico y me dijo que sufría un neumotórax espontáneo. Es un aire entre la pleura y el pulmón. Te meten una aguja y te lo extraen, pero la herida tiene que cicatrizar. Lo malo es que a veces provoca pérdidas de capacidad pulmonar. El médico, de hecho, me dijo que lo tenía difícil para seguir jugando al fútbol. Se me cayó el alma a los pies. Fue entonces cuando puse la tienda, porque no sabía si iba a poder seguir jugando. Pero bueno, a los cuatro meses la herida se cerró y pude volver.

- Otro momento complicado fue su despedida del Athletic. En su caso, del Athletic y del fútbol. Sólo tenía 31 años y había jugado más de 30 partidos de Liga la temporada anterior.

- Fue duro porque no me lo esperaba. Me había ido de vacaciones y me llamó José Ignacio Zarza, el gerente. Me dijo que la junta había decidido no renovarme, pero que me ofrecían entrenar a uno de los juveniles. Yo tenía el título de entrenador, el primer y el segundo nivel. Maguregui me quería para el Racing, pero acepté la oferta. Y a las tres semanas ya se me había olvidado el disgusto.

- En su época, un futbolista bueno del Athletic, al retirarse, ponía un negocio, y luego le iba bien, mal o regular. El fútbol daba para eso. Ahora un jugador de calidad media en dos o tres temporadas se hace rico.

- Así es el fútbol. Mi primer contrato en el Athletic fue de 150.000 pesetas al año, más un sueldo de 5.000 pesetas al mes. Tres temporadas. Con el dinero del primer año di la entrada para un piso, que valía tres veces más. Hay un hecho curioso, que no se conoce, pero hicimos una medio huelga en el Athletic. Estaba de presidente don Félix Oraá, y le hicimos un plante porque éramos los que menos ganábamos de España. Iribar y Antón Arieta ganaban 425.000 pesetas, 390.000 Fidel Uriarte y Txetxu Rojo, y los demás 360.000. Tras ganar la Copa del 69 terminábamos contrato nueve titulares y nos plantamos un poco. Pedimos tres temporadas fijas a 700.000 y llegamos a un acuerdo, aunque con cantidades crecientes. Teníamos de media 26 años. Si nos retirábamos con 29, nos acercaríamos al millón, que entonces parecían palabras mayores. Lo cierto es que acabamos cobrando prácticamente todos por igual.

- Usted fue algo así como el delegado sindical. Para eso tenía estudios (dos cursos en la Escuela de Ingenieros).

- Bueno, fuimos a verle los nueve, y yo era el que hablaba. Tal vez porque tenía más labia y sabía llevarle bien a don Félix.

- ¿Se sigue viendo con sus compañeros de equipo?

- Claro que sí. Como mínimo nos vemos tres veces al año, en distintos txokos, y luego algunos quedamos de vez en cuando para jugar al golf... Somos grandes amigos. Cómo no vamos a serlo si vivimos juntos un mínimo de diez años, seguramente los más importantes de nuestras vidas.