lunes, 19 de septiembre de 2011

Los Inolvidables: Iriondo

Los periodistas Jon Agiriano y Miguel González San Martín han reunido bajo el titulo 'Los Inolvidables' un conjunto de entrevistas a jugadores historicos del Athletic Club.

«La memoria esencial»

«Lo mejor de nuestro equipo es que todos éramos muy buenos amigos», recuerda el mítico extremo de Gernika

Rafa Iriondo
12 de diciembre de 2010

JON AGIRIANO MIGUEL GONZÁLEZ SAN MARTÍN

Sobre la mesa del salón, las viejas fotografías ayudan a hacer memoria. Rafa Iriondo las observa con una mezcla de nostalgia e indiferencia. A los 92 años, piensan los visitantes, uno vive con esa paradoja. Hasta los buenos recuerdos se miran ya con distancia y una cierta conformidad comienza a envolverlo todo. Iriondo se detiene en su retrato oficial de la temporada 1949-50. Es una imagen impecable, de un blanco y negro satinado, firmada por 'Foto Garay'. El futbolista guerniqués aparece en ella con gesto serio y ese aire a Charles Bickford, el viejo ranchero de 'Horizontes de grandeza', que le ha acompañado toda la vida.

- «Éramos buenos», dice en voz baja.

El extremo derecha de la segunda delantera histórica del Athletic tiene una historia peculiar que nace de un hecho extraordinario: debutó en el equipo rojiblanco cuando sólo había disputado seis partidos oficiales en toda su vida, uno con el Gernika y cinco con el Atlético de Tetuán mientras cumplía el servicio militar. A partir de ese dato, la historiografía rojiblanca más o menos oficial no se ha cansado de insistir en la increíble historia de un futbolista anónimo que un buen día, al terminar la Guerra Civil, se presentó en San Mamés y pidió una prueba a Roberto Echevarría.

- «Quiero jugar en el Athletic», se cuenta que le dijo.

El entrenador eibarrés, que intentaba levantar un equipo reducido a escombros, quedó gratamente impresionado por aquel valiente y le fichó de inmediato para el Bilbao. Iriondo, sin embargo, no pudo llegar a debutar con el filial rojiblanco porque tuvo que incorporarse al servicio militar y el sorteo no le pudo ser más aciago: el cuartel de Alcazarquivir, en el protectorado español de Marruecos. Intentó la jugarreta de que hicieran correr su apellido hasta la letra 'Y' para que así le tocara otro destino más cercano, pero no coló. De modo que tuvo que hacer el petate y marcharse a África, donde pasó un año. El segundo pudo completarlo en Bilbao gracias a un permiso de estudios. A su vuelta a casa, el nuevo técnico del Athletic, Juanito Urquizu, le estaba esperando -el club, de hecho, le había estado mandando remesas mensuales de 20 duros que le convirtieron en capitán general de su región militar-, y le puso a jugar en el primer equipo en cuanto tuvo ocasión.

- «Estuve trece temporadas y siempre fui titular. Nunca fui suplente», confirma, orgulloso.

Bombardeo de Gernika

La verdad es que el milagro de Rafa Iriondo no puede decirse que fuera tal. Es cierto que no habrá muchos casos en la historia del fútbol en los que un jugador alcanza la Primera División habiendo disputado tan pocos partidos oficiales y que ese mérito es indiscutible, pero el dato resulta engañoso. La realidad es que Iriondo llevaba jugando al fútbol toda su vida, modelándose en solitario. Desde muy pequeño tuvo unas condiciones físicas extraordinarias y una afición ingobernable, como tantos niños vizcaínos de su generación que crecieron escuchando las hazañas del Athletic de míster Pentland y mitificando a los héroes de aquel equipo legendario.

- «Siempre tuve mucha afición. En el pueblo jugaba más a pelota porque no había equipos, pero jugaba mucho al fútbol en el colegio, en Los Agustinos. El problema que tuve es que, cuando llegué a jugar con el Gernika, el club desapareció por problemas económicos. Mi primer partido fue el último del equipo», explica.

Al último superviviente de la generación de campeones que devolvió el esplendor al Athletic después de la Guerra Civil le cuesta recordar algunas cosas. «¡Son tantos años!», repite, mientras tamborilea con los dedos sobre la mesa. Los nombres y las vivencias se van borrando de su memoria, que intenta resistir heroica, haciendo su selección de los recuerdos, a veces justa, en otras ocasiones caprichosa... De hecho, para poder contar con propiedad la historia anterior a su debut en Valencia, el 29 de septiembre de 1940, se hace preciso apoyarse en otro Iriondo, su hermano Luis, cuatro años menor que él. Es él quien relata una historia desconocida que comienza el 26 de abril de 1937, el día del bombardeo de Gernika.

Aquel lunes trágico, los Iriondo Aurtenechea perdieron los dos negocios de la familia: una tienda de muebles y una carbonería. Tuvieron que irse a Bilbao con lo puesto y recurrir a la asistencia social. Rafa, que por entonces estudiaba Comercio en la Escuela de Elcano, salvó la vida en el refugio que había en la fábrica Astra. Tenía 19 años y estaba a punto de incorporarse a filas. El bombardeo acortó los plazos. Se enroló en Asua a un batallón de transmisiones del ejército de Euskadi, con el que vivió la lenta retirada que culminó con la rendición en Santoña. Prisionero en El Dueso, su puesta en libertad tuvo un alto precio: volver al frente, incorporado al ejército de Franco. En su caso, a un batallón de Estella con el que acabaría participando en la batalla de Teruel.

- «Aquello fue terrible. Haciendo una guardia en La Muela se le congelaron los pies», recuerda Luis Iriondo. «Menos mal que se los pudieron salvar. Después de la batalla de Teruel, tuvo más suerte porque le tocó acabar la guerra en el Pirineo, en el copo del valle de Arán, que era un frente mucho más cómodo. Así que pudo volver a casa y acabar jugando en el Athletic. Fue una pena, eso sí, que luego tuviera que ir a hacer la mili a África, pero él ya estaba preparado para jugar en Primera. Rafa no había dejado de jugar al fútbol ni en la guerra. Siempre fue muy bueno y tuvo mucha afición. Recuerdo que mi padre no le dejaba jugar con el Gernika y para jugar aquel primer partido tuvo que irse a las afueras del pueblo sin que él se enterara. Pasaron a recogerle con el autobús».

Los héroes

Ya ha pasado el mediodía y Charo Echevarría, la esposa de Iriondo -se conocieron en unas fiestas de San Ignacio en Forua-, ofrece un aperitivo a las visitas. En el salón se ven algunas cabezas disecadas de animales y fotos antiguas de un señor moreno y con bigote, sombrero tirolés y escopetón. Es el padre de Charo, don Neftalí Echevarria, gerente de la ferretería La Bolsa, la que durante años ocupó los bajos del palacio Yohn de la calle Santamaría.

- «Era muy cazador»-, explica la mujer de Iriondo, mientras muestra, colgadas de la pared, algunas de las placas de homenaje que su marido ha recibido en los últimos años. Las hay de la Federación de Peñas del Athletic, del Colegio Nacional de Entrenadores, de la Peña Bética de Chipiona, de la Asociación de Amigos del Quiosco de La Casilla... Junto al televisor, destaca una fotografía de la gran delantera que Iriondo formó junto a Venancio, Zarra, Panizo y Gainza. Lo cierto es que ese quinteto legendario sólo jugó cuatro campañas completas como delantera titular del Athletic, entre la temporada 1949-50 y la 1952-53, y sólo conquistó un título de Copa, pero su fútbol hizo historia.

- «Éramos buenos»-, repite Iriondo-. «Y lo que es la vida. Yo era el mayor de todos y soy el único que queda».

Un grupo de amigos

- ¿Cuál fue el secreto de aquella delantera? ¿Sólo la calidad?

- Lo más importante es que nos entendíamos muy bien. Lo mejor de nuestro equipo es que todos éramos muy buenos amigos.

- En los viajes tenían tiempo para relacionarse.

- Claro. Cuando íbamos a Sevilla o a Valencia, por ejemplo, eran viajes de cuatro días. Dos de ida y dos de vuelta.

- ¿Cómo era el fútbol de aquel equipo?

- Jugábamos bien. Rápido, por los extremos... Yo siempre tuve mucha velocidad.

- Y desde allí, balones a Zarra.

- Sí. Telmo remataba muy bien.

- Usted siempre quiso ser delantero centro.

- Es verdad. Era lo que más me gustaba, porque es donde más goles metes, pero también marqué algunos jugando de extremo.

- Y tanto. Marcó un gol cada tres partidos.

- ¿Tantos?

- Sí. Eso sale. 115 goles en 323 partidos.

- No está mal, no.

- ¿Cuáles son sus mejores recuerdos con el Athletic?

- Cuando ganábamos, claro. Los títulos. En una final creo que marqué dos goles. En Montjuic.

- Sí, en la de 1945, contra el Valencia, en la que Escartín expulsó a Zarra.

- Es verdad.

- Fueron ustedes unos héroes. Las celebraciones de los títulos eran inolvidables.

- Sí, la gente nos seguía mucho. Iban a las finales y luego nos recibían cuando llegábamos a Bilbao para llevar la Copa al Ayuntamiento. Eso se ha perdido ahora. Fíjate la cantidad de años que lleva el Athletic sin ganar nada.

- ¿Le da pena?

- ¿Pena? Bueno, uno se acostumbra a todo. La verdad es que el Athletic no está para ganar (un título). Últimamente ha mejorado, pero no está para ganar. Cada vez es más difícil. Ahora todos los equipos están llenos de extranjeros y son gente a la que se ficha porque anda muy bien.

- Pero usted defiende la filosofía del Athletic.

- Sí. La verdad es que tampoco me importaría que cambiase si ello le sirviera para ganar títulos. Lo que pasa es que nadie te asegura que cambiando vaya a ganarlos. Y, claro, lo que no vas a hacer es cambiar para nada.

Marcha a la Real

- Le preguntábamos sobre los buenos recuerdos. ¿Y los malos?

- Me daban bastantes tirones musculares. Yo salía muy rápido y, de repente, me daban. Tac. Al final, me acostumbré, pero cada cierto tiempo tenía que estar un mes de baja. En cambio, nunca me lesionaron por patadas. En eso tuve suerte.

- También le dolería cuando le dieron la baja en el Athletic.

- Es que yo era el más viejo. Tenía ya 34 años. Si me dejaron ir fue por eso. Artetxe, además, era ya internacional. Jugamos juntos al principio, con él de interior.

- La siguiente temporada la comenzó en el Barakaldo, pero enseguida fichó por la Real.

- Por el que estaba más cerca.

- ¿Molestó en Bilbao que se fuera a la Real?

- ¿Por qué iba a molestar si me habían dejado ir ? Lo que molestó fue que ganáramos al Athletic en el primer partido que vine con la Real.

Sobre la mesa del salón, junto a las viejas fotografías que le avivan la memoria, Rafa Iriondo ha hecho un pequeño montón con los periódicos del día. Junto a la televisión, la lectura de la prensa es uno de sus entretenimientos ahora que ya no sale mucho a la calle y, desde la muerte de Telmo Zarra, su compañero de toda la vida, ha dejado también el tute. Tampoco se le ve desde hace tiempo por San Mamés.

- Ya no va al fútbol.

- Muy poco. Este año no he ido ninguna vez. Con las horas a las que ponen los partidos no puedes ir. Antes iba más. Solía ir con Manolín.

- ¿Su compañero de equipo?

- Sí.

- ¿Cómo ve al Athletic?

- Mejor. Ya está más arriba. Le veo que ha mejorado últimamente con el delantero centro ése... ¿Cómo se llama?

- Llorente.

- Ese. Llorente. Está metiendo goles. Es bueno. Está respondiendo.

- Por cierto, hablando de goleadores, se le ha metido a usted uno en la familia. Una de sus nietas es la mujer de Urzaiz. Y tiene ya dos biznietos.

- Sí, sí.

- Ese niño, Unax, tiene que salir futbolista.

- Ja, ja...

Charo Echevarría interviene para informar de que Unax Urzaiz ya chuta como si tuviera un cañón.

- «Es increíble»-, dice la orgullosa bisabuela.

- ¿Lo pasó mal las dos temporadas en las que el equipo estuvo al borde del descenso?

- ¿Mal? Hombre, no te gusta ver al equipo ahí abajo, pero al final uno se acostumbra a todo.

- ¿Le gusta el fútbol actual?

- Hay buenos equipos, claro, pero a mí me gustaba más el juego por los extremos.

- Quedan pocos.

- Ya no hay. Se ha perdido.

- La culpa es de sus colegas, los entrenadores. ¿Por qué han decidido prescindir de los extremos?

- Ellos sabrán. No lo sé. Yo siempre los ponía.

- ¿Cree que era mejor el fútbol de su época?

- En el fútbol no se pueden comparar las épocas. Todo cambia con el tiempo. El fútbol no es ni mejor ni peor. Es distinto.



Un clásico de los banquillos

Hay futbolistas que llevan un entrenador dentro. Rafa Iriondo fue uno de ellos. Nada más colgar las botas como jugador -lo hizo con 37 años, defendiendo los colores de la Real Sociedad-, el guerniqués comenzó una carrera en los banquillos que se prolongaría durante más de dos décadas, hasta finales de los setenta.

- «Tenía la cosa de enseñar lo que yo sabía. Siempre me gustó enseñar»-, dice.

Algunos de sus discípulos certifican el afán didáctico de Iriondo. Iñaki Sáez no ha olvidado las lecciones de técnica y ocupación de espacios en la banda derecha que le dio el que fuera su míster en el Barakaldo. «Yo era su niño bonito», rememora. Txetxu Rojo le recuerda como un entrenador con gusto por el fútbol bien jugado, puntilloso, de costumbre fijas -no perdonaba el purito de las tres de la tarde-, y muy empeñado en pulir los gestos técnicos de sus pupilos. «Le encantaba enseñarte a tocar el balón, sobre todo en los golpes francos», explica. Para José María Amorrortu, Iriondo fue su segundo maestro en el Athletic después de Miroslav Pavic. «Era un entrenador de su época, con unos pocos conceptos, pero muy claros, innegociables. Había sido un gran futbolista y se notaba. Le encantaba participar en el juego, sobre todo centrando, y daba mucha importancia al aspecto ofensivo. Al menos un día a la semana lo dedicaba a las finalizaciones», recuerda.

Se podría hablar de la memoria de Rafa Iriondo como de un iceberg. Gran parte está sumergida, pero todavía asoma, sobre el mar, lo esencial de una carrera de dos décadas como entrenador.

- Dicen que le gustaba el buen fútbol, el buen trato al balón.

- Sí. Mis equipos siempre jugaron bastante bien. Me gustaba que jugarán bien al fútbol, que jugasen ligando. Pero eso no se consigue siempre. Si no tienes jugadores para eso...

- El entrenador depende de los jugadores.

- Hombre que sí.

Dos nuevas Copas

El primer equipo de Rafa Iriondo fue el Indautxu, por entonces en Segunda División, al que llevó a dos grandes amigos. Ni más ni menos que Zarra y Panizo.

- «Yo era el mayor y me hacían caso»-, se ríe.

Estuvo cinco temporadas en el banquillo de Garellano, donde vivió dos grandes sucesos que ya no recuerda: un histórico 4-1 al Real Madrid y una agresión a un árbitro en Avilés que le costó una suspensión de casi un año, un suceso extraño en un hombre templado como él. Luego hizo las maletas, al principio en singladuras de cabotaje en equipos como el Alavés, el Barakaldo o el Bilbao Athletic, del que daría el salto al Athletic en la temporada 1968-69. Justo a tiempo para ganar la Copa y romper una sequía de once años sin títulos, la mayor que había conocido el club hasta entonces.

Ese gran triunfo, sin embargo, no le permitió seguir en el Athletic, que ya había fichado meses atrás a Ronnie Allen. Iriondo se fue al Español, al que ascendió a Primera, lo que también hizo con el Zaragoza antes de fichar por la Real. En el equipo txuriurdin hizo debutar a Urruti, Satrustegui y Kortabarría. En su segunda campaña, clasificó a los donostiarras por primera vez en su historia para la UEFA. En la temporada 1974-75, el guerniqués regresó al Athletic. Tocaba renovar un equipo del que acababan de salir históricos como Uriarte, Sáez, Arieta, Larrauri o Aranguren. Iriondo lo hizo dando dando entrada a jóvenes como Escalza, Madariaga, Dani y Goikoetxea. En el segundo año, clasificó al equipo para la UEFA, pero tuvo que soportar las críticas de un sector del público y, tras un histórico tropiezo en la Copa contra el Sporting -los asturianos levantaron el 0-2 del Molinón marcando un 2-5 en San Mamés-, anunció que no continuaría la siguiente campaña. Se fue al Betis y el destino le hizo cruzarse con el Athletic en una final de Copa inolvidable que dejó traumatizados a sus antiguos pupilos.

- «Yo quería ganar. Era mi obligación»-, se justifica, 33 años después.