lunes, 30 de noviembre de 2015
lunes, 23 de noviembre de 2015
lunes, 9 de noviembre de 2015
domingo, 8 de noviembre de 2015
Un ‘Pájaro’ disfrazado de ‘Txopo’
Artículo publicado por Aner Gondra en el diario Deia el 08/11/2015
En 1971, el Panathinaikos disputó la final de la Copa de Europa contra el Ajax de Cruyff. Takis Ikonomopoulos, el portero griego, jugó el partido vistiendo un amuleto muy especial: la camiseta de su ídolo, José Ángel Iribar
La temporada futbolística estaba a punto de terminar. Para bajar el telón balompédico tan solo faltaba por disputarse un partido, la final de la Copa de Europa. Para ello se citaron el 2 de junio de 1971 el Ajax de Amsterdam y el Panathinaikos de Atenas. El mítico estadio de Wembley, lleno hasta la bandera con 90.000 espectadores, estalló en aplausos cuando los dos equipos contendientes saltaron al césped desde detrás de una de las porterías. Por un lado, el equipo holandés, con su tradicional uniforme franquirrojo. Y por el otro, el Panathinaikos, con pantalón blanco, camiseta verde y un trébol en el pecho, el escudo del club. Pero uno de ellos no iba ni de verde ni tenía un trébol. Se trataba de Takis Ikonomopoulos, el guardameta. Con su imponente planta, su peinado perfecto y un rostro robusto y armonioso parecía sacado directamente de la antigua Grecia de Hipócrates y Pitágoras. El portero entró en el terreno de juego con gesto serio, vestido completamente de negro, como una sombra gigante dispuesta a cernirse sobre cualquier balón que rondase su portería. Pero en su pecho no lucía el trébol del PAO. Pocos se dieron cuenta de que en su lugar había un escudo extraño del que surgía un águila. Pudo haber quien sospechara que fuese un guiño del propio Takis a su apodo. El portero de la selección griega era famoso por sus estiradas y palomitas, lo que le hizo ganarse un sobrenombre: El Pájaro. Pero Ikonomopoulos no era tan vanidoso. Aquella camiseta la lucía como homenaje a un portero al que admiraba y con quien, caprichos del destino, tuvo la oportunidad de intercambiar previamente las elásticas: era la camiseta de José Ángel Iribar.
Cuarenta y cuatro años después, bajo los lustrosos techos de madera del Palacio de Ibaigane, El Txopo observa las fotos de aquella final de la Copa de Europa y sonríe al descubrir una anécdota que desconocía. “Es una historia bonita”. Rebobinando en las décadas de fútbol que hierven en su memoria, el exguardameta zarauztarra es incapaz de encontrar nada relacionado con aquella final entre Ajax y Panathinaikos: “En aquella época era muy difícil que te llegaran fotos o imágenes de los partidos importantes de Europa. Como mucho leías las crónicas e igual veías una foto de los jugadores más conocidos. Era imposible acceder a esta información”. Y ahora descubre, de pronto, que el que pasaba por ser el mejor portero heleno del momento jugó el partido más importante de su carrera con su camiseta: “Es una anécdota estupenda. Como comprenderás, no te puede sentar mal, sino todo lo contrario”.
Lo cierto es que Takis Ikonomopoulos no jugó solo aquella final con la elástica negra de Iribar, sino que la utilizó en todos los partidos de su equipo en la competición. “La utilicé por dos motivos”, explica el propio Pájaro en Grecia, “primero por mi admiración por Iribar, que era uno de los mejores porteros del mundo, y segundo porque en Grecia la cosa no estaba muy bien en cuanto al material”. Durante gran parte de aquella temporada Takis tuvo que jugar todos sus partidos con solo dos camisetas: la del Panathinaikos para los partidos de liga y la de Iribar para los partidos europeos. Aquel amuleto negro le llevó a una final histórica para el fútbol griego: ningún equipo del país había llegado antes a la final de la competición y ningún otro lo conseguiría después. “Me llama la atención y me sorprende que le permitiesen jugar con una camiseta que no es la de su equipo. ¡Para que veas cómo han cambiado los tiempos! Hoy en día esto no te lo permite el reglamento. Con lo meticulosos que son los árbitros con las camisetas...”, comenta Iribar.
Copa de Ferias en San Mamés
¿Pero cómo llegó aquella camiseta del Txopo a manos de Takis? Athletic y Panathinaikos cruzaron sus caminos en la Copa de Ferias de la temporada 1968-69. Pero el azar quiso que el guardameta griego no conociese entonces al que ya era el ídolo de Bilbao. Iribar había sufrido un fuerte esguince de tobillo y se perdió aquella eliminatoria y algún partido de la selección española. “En Atenas y en Bilbao jugó Deusto”, explica Takis. Aquella visita a la capital vizcaina tuvo otra sorpresa para el Pájaro. La expedición griega hizo escala en Madrid, donde llegó a entrenar un día en las instalaciones del Real Madrid. Para cuando regresó a Grecia del partido en Bizkaia, en las oficinas del PAO esperaba ya una carta del club merengue con una oferta de quince millones de dracmas (ocho millones de pesetas de la época) para su contratación. La oportunidad era única, pero Takis tuvo que quedarse en Grecia, puesto que la Junta de los Coroneles no permitía que los jugadores fichasen por equipos extranjeros. La eliminatoria, por cierto, la ganó al Athletic tras empatar a cero en Grecia y ganar 1-0 en San Mamés.
Iribar confiesa que no recuerda mucho las cualidades de Ikonomopoulos, pero se le vuelve a escapar una sonrisa al mirar las imágenes del meta heleno: “Viendo las fotos, la verdad es que tiene un aspecto muy bueno. Tiene una planta excelente. Seguro que era muy bueno, porque para estar en el Panathinaikos, que ha sido siempre un equipo referencia de Grecia, y encima estar en la selección tenía que tener calidad. Y si encima, como él dice, tenía una oferta del Real Madrid, eso es porque tenía calidad. Seguro”.
Tuvo que ser con las camisetas de las selecciones española y griega cuando El Txopo y El Pájaro se estrecharon la mano. Fue en un partido amistoso disputado en Zaragoza el 28 de octubre de 1970. España ganó 2-1 con goles de Aragonés y Quini, que debutaba ese día. “Fue un partido amistoso pero nos costó ganar”, rememora Iribar: “Pasamos mucho frío porque pegaba el viento del Moncayo. Fue un partido desapacible. Recuerdo que tuve bastante trabajo, pero lo solventé bien. A veces había partidos contra rivales que podías pensar que no podían ser complicados, pero Grecia nos dio mucha guerra”.
Y tras el pitido final, Pájaro y Txopo intercambiaron plumas y corteza. “Entonces no era tan habitual intercambiar las camisetas con el rival, pero sí es algo que se solía hacer”, explica el portero del Athletic: “Yo tengo guardadas como oro en paño todas las camisetas que he ido recolectando en aquellos años”. Tras tantos años de fútbol es inevitable que algunas de esas reliquias sean más especiales que otras: “Es cierto que algunas tienen más valor que otras. Por ejemplo, tengo la camiseta de Lev Yashin, que curiosamente, aunque jugara con la selección, lo hacía siempre con la camiseta del Dinamo de Moscú, de su club. También tengo otra camiseta especial, la que me regaló Andoni Zubizarreta en su partido número cien. Son tesoros”.
Se la robaron
Ikonomopoulos utilizó su tesoro particular para eliminar en aquella Copa de Europa al Jeunesse Esch luxemburgués, al Slovan Bratislava checo, el Everton inglés y el Estrella Roja de Yugoslavia. Pero en la final no pudo frenar las embestidas de Cruyff y Neeskens. El Ajax ganó 2-0 y consiguió la primera de las tres Copas de Europa que obtuvo de manera consecutiva. A pesar de la derrota, Takis siguió conservando la camiseta, pero hubo alguien que desvalijó sus recuerdos: “Hace muchos años que me la robaron”.
A 3.4000 kilómetros de distancia, Iribar e Ikonomopoulos comparten recuerdos de un fútbol en el que, a diferencia del actual, todavía pesaban más los sentimientos, el respeto y la admiración que los intereses comerciales de marcas deportivas. El de los dos porteros es un cruce de caminos, un intercambio de pieles, que hace honor a los valores que tal vez cuesta demasiado encontrar en las estrellas de hoy en día que flotan en nubes de perfume de Chanel y ropas de Dolce y Gabbana. Eran otros tiempos, en los que a los héroes se les rebautizaba con sobrenombres dignos de leyenda: El Txopo y El Pájaro. “Creo que todos los porteros tienen algún sobrenombre: los buenos, los muy buenos y los menos buenos”, bromea Iribar: “Es un puesto maldito. A la hora, sobre todo, de repartir culpas, los porteros se llevan las de ganar. Siempre ha sido así. Siempre hay algún apodo y muchas veces suele surgir de algún partido que te ha salido muy bien. Tal vez Ikonomopoulos era muy palomitero y se ganó el sobrenombre de Pájaro. Mi estilo era todo lo contrario”.
Ikonomopoulos defendió durante 14 años los intereses del PAO para después estirar su carrera un par de temporadas en el Panachaiki y en el Apollon Smyrnis, uno de los tres clubes en los que había jugado antes de fichar por el Panathinaikos. Tras su retirada, trabajó durante años como entrenador de porteros del Panathinaikos y, al igual que Iribar en el Athletic, llegó a ser entrenador del primer equipo. Es una similitud más entre los dos protagonistas de una anécdota que ha quedado plasmada para siempre en las fotos e imágenes de aquella final de la Copa de Europa de 1971. El día que El Pájaro se disfrazó del Txopo. No le salió todo lo bien que él quería, pero Takis sabía perfectamente lo que hacía. Quien a buen árbol se arrima…
En 1971, el Panathinaikos disputó la final de la Copa de Europa contra el Ajax de Cruyff. Takis Ikonomopoulos, el portero griego, jugó el partido vistiendo un amuleto muy especial: la camiseta de su ídolo, José Ángel Iribar
La temporada futbolística estaba a punto de terminar. Para bajar el telón balompédico tan solo faltaba por disputarse un partido, la final de la Copa de Europa. Para ello se citaron el 2 de junio de 1971 el Ajax de Amsterdam y el Panathinaikos de Atenas. El mítico estadio de Wembley, lleno hasta la bandera con 90.000 espectadores, estalló en aplausos cuando los dos equipos contendientes saltaron al césped desde detrás de una de las porterías. Por un lado, el equipo holandés, con su tradicional uniforme franquirrojo. Y por el otro, el Panathinaikos, con pantalón blanco, camiseta verde y un trébol en el pecho, el escudo del club. Pero uno de ellos no iba ni de verde ni tenía un trébol. Se trataba de Takis Ikonomopoulos, el guardameta. Con su imponente planta, su peinado perfecto y un rostro robusto y armonioso parecía sacado directamente de la antigua Grecia de Hipócrates y Pitágoras. El portero entró en el terreno de juego con gesto serio, vestido completamente de negro, como una sombra gigante dispuesta a cernirse sobre cualquier balón que rondase su portería. Pero en su pecho no lucía el trébol del PAO. Pocos se dieron cuenta de que en su lugar había un escudo extraño del que surgía un águila. Pudo haber quien sospechara que fuese un guiño del propio Takis a su apodo. El portero de la selección griega era famoso por sus estiradas y palomitas, lo que le hizo ganarse un sobrenombre: El Pájaro. Pero Ikonomopoulos no era tan vanidoso. Aquella camiseta la lucía como homenaje a un portero al que admiraba y con quien, caprichos del destino, tuvo la oportunidad de intercambiar previamente las elásticas: era la camiseta de José Ángel Iribar.
Cuarenta y cuatro años después, bajo los lustrosos techos de madera del Palacio de Ibaigane, El Txopo observa las fotos de aquella final de la Copa de Europa y sonríe al descubrir una anécdota que desconocía. “Es una historia bonita”. Rebobinando en las décadas de fútbol que hierven en su memoria, el exguardameta zarauztarra es incapaz de encontrar nada relacionado con aquella final entre Ajax y Panathinaikos: “En aquella época era muy difícil que te llegaran fotos o imágenes de los partidos importantes de Europa. Como mucho leías las crónicas e igual veías una foto de los jugadores más conocidos. Era imposible acceder a esta información”. Y ahora descubre, de pronto, que el que pasaba por ser el mejor portero heleno del momento jugó el partido más importante de su carrera con su camiseta: “Es una anécdota estupenda. Como comprenderás, no te puede sentar mal, sino todo lo contrario”.
Lo cierto es que Takis Ikonomopoulos no jugó solo aquella final con la elástica negra de Iribar, sino que la utilizó en todos los partidos de su equipo en la competición. “La utilicé por dos motivos”, explica el propio Pájaro en Grecia, “primero por mi admiración por Iribar, que era uno de los mejores porteros del mundo, y segundo porque en Grecia la cosa no estaba muy bien en cuanto al material”. Durante gran parte de aquella temporada Takis tuvo que jugar todos sus partidos con solo dos camisetas: la del Panathinaikos para los partidos de liga y la de Iribar para los partidos europeos. Aquel amuleto negro le llevó a una final histórica para el fútbol griego: ningún equipo del país había llegado antes a la final de la competición y ningún otro lo conseguiría después. “Me llama la atención y me sorprende que le permitiesen jugar con una camiseta que no es la de su equipo. ¡Para que veas cómo han cambiado los tiempos! Hoy en día esto no te lo permite el reglamento. Con lo meticulosos que son los árbitros con las camisetas...”, comenta Iribar.
Copa de Ferias en San Mamés
¿Pero cómo llegó aquella camiseta del Txopo a manos de Takis? Athletic y Panathinaikos cruzaron sus caminos en la Copa de Ferias de la temporada 1968-69. Pero el azar quiso que el guardameta griego no conociese entonces al que ya era el ídolo de Bilbao. Iribar había sufrido un fuerte esguince de tobillo y se perdió aquella eliminatoria y algún partido de la selección española. “En Atenas y en Bilbao jugó Deusto”, explica Takis. Aquella visita a la capital vizcaina tuvo otra sorpresa para el Pájaro. La expedición griega hizo escala en Madrid, donde llegó a entrenar un día en las instalaciones del Real Madrid. Para cuando regresó a Grecia del partido en Bizkaia, en las oficinas del PAO esperaba ya una carta del club merengue con una oferta de quince millones de dracmas (ocho millones de pesetas de la época) para su contratación. La oportunidad era única, pero Takis tuvo que quedarse en Grecia, puesto que la Junta de los Coroneles no permitía que los jugadores fichasen por equipos extranjeros. La eliminatoria, por cierto, la ganó al Athletic tras empatar a cero en Grecia y ganar 1-0 en San Mamés.
Iribar confiesa que no recuerda mucho las cualidades de Ikonomopoulos, pero se le vuelve a escapar una sonrisa al mirar las imágenes del meta heleno: “Viendo las fotos, la verdad es que tiene un aspecto muy bueno. Tiene una planta excelente. Seguro que era muy bueno, porque para estar en el Panathinaikos, que ha sido siempre un equipo referencia de Grecia, y encima estar en la selección tenía que tener calidad. Y si encima, como él dice, tenía una oferta del Real Madrid, eso es porque tenía calidad. Seguro”.
Tuvo que ser con las camisetas de las selecciones española y griega cuando El Txopo y El Pájaro se estrecharon la mano. Fue en un partido amistoso disputado en Zaragoza el 28 de octubre de 1970. España ganó 2-1 con goles de Aragonés y Quini, que debutaba ese día. “Fue un partido amistoso pero nos costó ganar”, rememora Iribar: “Pasamos mucho frío porque pegaba el viento del Moncayo. Fue un partido desapacible. Recuerdo que tuve bastante trabajo, pero lo solventé bien. A veces había partidos contra rivales que podías pensar que no podían ser complicados, pero Grecia nos dio mucha guerra”.
Y tras el pitido final, Pájaro y Txopo intercambiaron plumas y corteza. “Entonces no era tan habitual intercambiar las camisetas con el rival, pero sí es algo que se solía hacer”, explica el portero del Athletic: “Yo tengo guardadas como oro en paño todas las camisetas que he ido recolectando en aquellos años”. Tras tantos años de fútbol es inevitable que algunas de esas reliquias sean más especiales que otras: “Es cierto que algunas tienen más valor que otras. Por ejemplo, tengo la camiseta de Lev Yashin, que curiosamente, aunque jugara con la selección, lo hacía siempre con la camiseta del Dinamo de Moscú, de su club. También tengo otra camiseta especial, la que me regaló Andoni Zubizarreta en su partido número cien. Son tesoros”.
Se la robaron
Ikonomopoulos utilizó su tesoro particular para eliminar en aquella Copa de Europa al Jeunesse Esch luxemburgués, al Slovan Bratislava checo, el Everton inglés y el Estrella Roja de Yugoslavia. Pero en la final no pudo frenar las embestidas de Cruyff y Neeskens. El Ajax ganó 2-0 y consiguió la primera de las tres Copas de Europa que obtuvo de manera consecutiva. A pesar de la derrota, Takis siguió conservando la camiseta, pero hubo alguien que desvalijó sus recuerdos: “Hace muchos años que me la robaron”.
A 3.4000 kilómetros de distancia, Iribar e Ikonomopoulos comparten recuerdos de un fútbol en el que, a diferencia del actual, todavía pesaban más los sentimientos, el respeto y la admiración que los intereses comerciales de marcas deportivas. El de los dos porteros es un cruce de caminos, un intercambio de pieles, que hace honor a los valores que tal vez cuesta demasiado encontrar en las estrellas de hoy en día que flotan en nubes de perfume de Chanel y ropas de Dolce y Gabbana. Eran otros tiempos, en los que a los héroes se les rebautizaba con sobrenombres dignos de leyenda: El Txopo y El Pájaro. “Creo que todos los porteros tienen algún sobrenombre: los buenos, los muy buenos y los menos buenos”, bromea Iribar: “Es un puesto maldito. A la hora, sobre todo, de repartir culpas, los porteros se llevan las de ganar. Siempre ha sido así. Siempre hay algún apodo y muchas veces suele surgir de algún partido que te ha salido muy bien. Tal vez Ikonomopoulos era muy palomitero y se ganó el sobrenombre de Pájaro. Mi estilo era todo lo contrario”.
Ikonomopoulos defendió durante 14 años los intereses del PAO para después estirar su carrera un par de temporadas en el Panachaiki y en el Apollon Smyrnis, uno de los tres clubes en los que había jugado antes de fichar por el Panathinaikos. Tras su retirada, trabajó durante años como entrenador de porteros del Panathinaikos y, al igual que Iribar en el Athletic, llegó a ser entrenador del primer equipo. Es una similitud más entre los dos protagonistas de una anécdota que ha quedado plasmada para siempre en las fotos e imágenes de aquella final de la Copa de Europa de 1971. El día que El Pájaro se disfrazó del Txopo. No le salió todo lo bien que él quería, pero Takis sabía perfectamente lo que hacía. Quien a buen árbol se arrima…
viernes, 6 de noviembre de 2015
Valverde, entrenador de octubre para la LFP
Fuente: www.athletic-club.eus
La Liga de Fútbol Profesional ha nombrado al entrenador del Athletic Club, Ernesto Valverde, como mejor entrenador del mes de octubre. La entrega del galardón se ha llevado a cabo en Lezama.
La Liga de Fútbol Profesional ha nombrado al entrenador del Athletic Club, Ernesto Valverde, como mejor entrenador del mes de octubre. La entrega del galardón se ha llevado a cabo en Lezama.
El fondista indomable
Artículo publicado por Beñat Zarrabeitia en www.naiz.eus el 06/11/2015
Aritz Aduriz sigue engordando su brillante historial como futbolista del Athletic. Frente al Partizan de Belgrado ha anotado su gol número 100 con la elástica rojiblanca en un partido oficial. Una cifra que le sitúa cada vez más cerca del olimpo de los grandes goleadores de la historia del club. Un lugar en el que ya tiene un lugar reservado debido a su impagable contribución deportiva y emocional.
En lo futbolístico, como el buen vino, Aduriz ha mejorado con la edad hasta convertirse en uno de los mejores nueves del panorama europeo. Sin embargo, tan importante o más que su rendimiento sobre el verde, resulta el marcado liderazgo y ascendencia con la que cuenta el delantero donostiarra en el equipo. Y es que tras retornar por segunda vez al club, Aduriz ha sido el encargado de tirar de un carro que otros quisieron dejar abandonado a su suerte. Un destino agradable en la actualidad y cuya historia reciente es imposible de entender sin hablar de la figura del ariete donostiarra.
Un deportista total, dotado prácticamente para cualquier disciplina. Con unas cualidades físicas envidiables, su capacidad de salto o el mantener intacta la velocidad acercándose a los 35 años son buena prueba de ello. Podría haber triunfado en casi cualquier disciplina.
Antiguo alumno de la ikastola Herri Ametsa en Ulia, Aduriz destacó desde muy pronto en todas las modalidades en las que se adentraba. El surf, la pala, el piragüismo, el tenis y, sobre todo, el esquí y el fútbol. La pasión por la montaña le viene de familia y quienes coincidieron con él en Urdaburu Mendi Taldea de Errenteria aseguran que de haber seguido con los esquís, hubiera alcanzado la categoría de olímpico. Sus éxitos infantiles en la modalidad de fondo así lo atestiguan, colgándose el oro en el campeonato vasco y alcanzando el subcampeonato en el estatal.
Se decidió por el fútbol y es obvio que no le ha ido mal. Tras un paso por el Sporting de Herrera, su estancia en el Antiguoko fue determinante en su carrera. Con un equipo absolutamente excepcional, los donostiarras llegaron a jugar la fase final de la Copa juvenil en 1999. En aquella plantilla se encontraban, entre otros, los hermanos Mikel y Xabi Alonso, Mikel Arteta, Andoni Iraola y el propio Aritz Aduriz. Los dos últimos prosiguieron juntos tras ser fichados por el Athletic. El delantero fue cedido al Aurrera de Vitoria, entonces club convenido del Athletic y donde compartió vestuario con veteranos exleones como Julen del Val o Jon Uribarrena. El donostiarra fue el máximo goleador de un equipo que estuvo cerca de alcanzar los play-offs de ascenso.
El ojo de Heynckes
Su rendimiento le sirvió para ganarse un puesto en el Bilbao Athletic. Bajo la dirección de Edorta Murua, fue la primera vez en la que Aduriz, Gurpegi y Gorka Iraizoz juntaron sus caminos. Andoni Iraola, nacido en 1982, militó ese curso en el Baskonia. Fue el delantero más utilizado por los cachorros, anotando siete tantos y dejando muestra de su carácter batallador al sumar un total de catorce tarjetas amarillas.
La llegada de Jupp Heynckes al club cambió su destino. Del gusto del alemán, poco a poco le fue introduciendo en los amistosos que los leones disputaban habitualmente en San Mamés contra equipos del herrialde. Así, hasta que de cara a la última jornada de Liga, donde el equipo se jugaba entrar en Europa, el técnico renano se llevó a los jóvenes Aduriz y Joseba Arriaga a la isla. Finalmente no debutaron, pero ambos se ganaron un hueco en la pretemporada que el primer equipo realizaría en el verano de 2002.
El preparador germano le comparó con Julio Salinas y le fue dando minutos durante los partidos de pretemporada. En uno de ellos, ante el Leicester City, fue injustamente expulsado tras un encontronazo con un defensa. Su estreno oficial con el primer equipo se produjo el 11 de septiembre aquel año, en un partido de Copa ante el Amurrio. Un encuentro que también supuso el debut de Luis Prieto y en el que en el once rojiblanco había nombres como los de Larrazabal, Guerrero, Ezquerro o Javi González. Un partido que paradójicamente, debido a las lesiones, fue el último como león del actual presidente Josu Urrutia.
Unos inicios en los que el donostiarra ya daba muestras de su carácter, al igual que en su debut liguero, en el que midió sus fuerzas con un también imberbe Víctor Valdés. En total disputó cuatro partidos con el primer equipo, a la par que alternaba con el filial entrenado entonces por Ernesto Valverde. A caballo entre ambas escuadras, sus números no fueron del todo buenos y pese al criterio de Heynckes, el club decidió no renovarle. Una decisión que le comunicó antes de jugar un decisivo partido por el ascenso en Algeciras.
Comenzaba la vida fuera de Lezama, siendo Burgos su primer destino. A las órdenes de Carlos Terrazas, que a la finalización de dicha temporada sufrió un grave accidente de coche, Aduriz anotó 16 dianas y llamó la atención de otro equipo castellano: El Valladolid. En Pucela, donde Marcos Alonso llegó a pronosticar su internacionalidad, el jugador guipuzcoano dio un salto de calidad. Su estreno no pudo ser mejor, completando un hat-trick en Mendizorrotza. Marcó 14 goles en Segunda, cifras nada despreciable, y pudo llamar la atención del público de San Mamés en Copa. Regresó a la antigua Catedral en una eliminatoria de cuartos de final dejando su tarjeta de visita al convertir un penalti.
Su nombre empezó a sonar para diversos equipos, especialmente para la Real Sociedad. El conjunto donostiarra, inmerso entonces en graves problemas económicos, decidió no acometer su contratación, aunque finalmente tiró de chequera para fichar al danés Morten Skoubo. En primera instancia, el Athletic también rechazó volver a reclutarle. Con una plantilla entrada en años, que arrastraba problemas físicos y con una evidente carencia de sintonía entre el núcleo principal del grupo y el presidente Lamikiz, José Luis Mendilibar fue el principal pagano de aquella situación.
El primer retorno, en medio del fantasma del descenso
Pasado el tiempo, resulta sorprendente que la entidad de Ibaigane realizase la nefasta operación del fichaje de Zubiaurre y no repescase a exjugadores de la casa que venían realizando temporadas más que meritorias en Segunda como eran Iraizoz, Gaizka Garitano, Aduriz o incluso Egoitz Jaio. Amén de no contratar a Joseba Llorente. El hondarribiarra se marchó a Valladolid, donde compartió dupla de ataque con Aritz. Fue por poco tiempo, ya que tras el mal inicio rojiblanco, los rumores sobre una posible incorporación para la delantera se sucedieron. Otro hat-trick en Lleida a principios de diciembre de 2005 desencadenó los acontecimientos y una semana después Aduriz jugaría en el José Zorrilla ante el Eibar su último partido con la camiseta pucelana. Su marcha al Athletic estaba hecha, horas antes de la confirmación del acuerdo, quien suscribe estas líneas, entonces un humilde becario, pudo mantener una conversación con el entonces director deportivo del Valladolid Víctor Orta, sus palabras una lección para el futuro: «No news, good news».
Aduriz volvía al Athletic con la difícil misión de sumar goles para un equipo histórico que languidecía en la parte baja de la clasificación. El fantasma del descenso acechaba, un lastre que marcaría para siempre al club y pondría en peligro su propia política deportivo. Algo que se hizo más que evidente durante el descanso del partido que el Athletic jugó ese año en Anoeta. Con apenas 15 puntos en el inicio de la segunda vuelta, los leones perdían por dos a cero y se descolgaban cada vez más. Con Javier Clemente como entrenador, la distancia entre futbolistas y técnico se fue agrandando durante la competición, pero en aquel encuentro todos fueron capaces de conjurarse -con una tensa charla que apeló a las esencias- para remontar el marcador. Dos tantos de Aduriz y un postrero gol de Iraola sirvieron para salvar un punto. Otra vez, ironías del destino, la aportación de dos de los apellidos claves en la historia moderna del club. Esa temporada, el de Ategorrieta anotó varios tantos más que valieron para tomar aire, pero una inoportuna lesión en Mendizorrotza le privó de disputar los últimos encuentros. Algo que probablemente privó al equipo de certificar su permanencia con mayor holgura.
La temporada siguiente fue aún peor, el coqueteo con la hecatombe fue constante. Las cosas salían tan mal que a pocas jornadas para el final, con un ambiente muy tenso, un hat-trick del propio Aduriz en Zaragoza no tuvo tan siquiera la recompensa de un empate. Finalmente, en un partido agónico ante el Levante, un balón robado por el donostiarra en la segunda parte sirvió para abrir el marcador, mientras que Gabilondo cerró la pesadilla.
«Ojalá el tiempo le dé la razón»
La llegada de Fernando García Macua y Joaquín Caparrós introdujeron diversos cambios que afectaron de lleno a la plantilla. Había necesidad de contar con caras nuevas y piernas frescas para reactivar al equipo pero también existía un evidente deseo por parte de la directiva de marcar terreno. Un control más férreo sobre el vestuario, mandando mensajes claros. El que se movía difícilmente salía en la foto y Aduriz se quedó fuera. En el verano de 2008, bien entrado agosto, tras la eclosión de Llorente y con la deuda por Zubiuarre encima de la mesa, Macua decide venderle. Una decisión a la que el entrenador no puso ninguna pega pública. Sí que lo hizo Fran Yeste en una demoledora comparecencia en Lezama, de esas que apenas prodigaba. Sus palabras fueron proféticas: “Ojalá que el tiempo le dé la razón a Adu»
Años después, se puede decir que el fino centrocampista de Basauri acertó de pleno. Aduriz es historia viva del Athletic. Su dolorosa salida le marcó a fuego, demostraría que se habían equivocado. Desde entonces su crecimiento ha sido imparable, en una demostración de tesón digna de admirar. Primero triunfó en el Mallorca, entidad que por cierto nunca llegó a abonar los cinco millones pactados por su traspaso.
De Palma a Valencia, donde también triunfó. Alternando delantera con Soldado fue citado por Vicente del Bosque y se ganó el cariño de una afición tan exigente como complicada. En 2011, con el triunfo de Josu Urrutia se produjo la primera tentativa de retorno, pero no fue hasta un año más tarde cuando se completó definitivamente. Desde su marcha por la puerta de atrás, los destinos de Aritz Aduriz y el Athletic estaban condenados a volverse a cruzar. Buena parte de la masa social así lo quería y con el cambio de gerencia en Ibaigane, el acuerdo era únicamente cuestión de tiempo. El deseo del jugador era tal, que el Valencia accedió a venderlo por menos de tres millones, un precio ostensiblemente inferior a su valor de mercado.
Su regreso al Athletic se produjo, de nuevo, en una situación delicada. Con la resaca y depresión posterior a las finales de Bucarest y el Vicente Calderón, las turbulencias aumentaron con el incidente de Bielsa en Lezama. La relación del rosarino con Fernando Llorente, que anunciaba su intención de dejar el club al igual que lo había hecho Javi Martínez, era desastrosa por lo que el desastre deportivo era inevitable. Fueron los goles de Aduriz los que lo minimizaron durante la primera vuelta. Ganándose la titularidad.
Un legado más grande que sus 100 primeros goles
10 años después de su descarte en Algeciras, las paradojas de la vida volvían a juntar al donostiarra y Valverde, el técnico que validó su marcha. Una década más tarde, Aduriz se erigiría en el goleador de referencia en un equipo entrenado por el gasteiztarra.
Es el auténtico líder del equipo. Una referencia interna que marca el camino en la caseta, lugar en el que se ha volvió a encontrar con Iraizoz, Gurpegi e Iraola. Los cuatro apellidos más destacables del nuevo ciclo ganador que vive el Athletic en su etapa moderna.
La clasificación para la Champions en 2014, materializada con dos goles de Aritz ante el Napolés, la final de Copa del Camp Nou y, sobre todo, el título de la Supercopa son buena muestra de ello. El donostiarra reventó al Barcelona con su hat-trick en San Mamés y fue el encargado de marcar el tanto más importante de los últimos 31 años para el Athletic, el que anotó en el coliseo blaugrana en el partido de vuelta.
Noches en las que Aduriz se ha ganado un lugar en la eternidad rojiblanco, un espacio reservado en la memoria colectiva, un valioso trofeo popular para el delantero de la gente. Ese que decidió tirar del carro cuando otros optaron por bajarse, seguir el camino más cómodo, el de gozar de un rol secundario en transatlánticos futbolísticos. Es algo completamente legítimo, pero Aduriz, al que se le enseñó la puerta de salida en dos ocasiones, regresó para hacer alto tan épico como difícil, guiar al Athletic a un título. Y ha demostrado que lo podía conseguir.
Esta noche, ante el Partizan, ha logrado su tanto número 100. Una cifra redonda que esconde multitud de emociones, gritos desgarrados en los momentos de sufrimiento, saltos de alegría en las buenas y caras de incredulidad ante saltos y remates perfectos. Las cifras son incontestables, pero su legado estará marcado por su liderazgo. Veterano, ha sido recién renovado, su carácter competitivo le genera un hambre constante, capaz de aprender el arte del gol, ahora es un depredador voraz en el área, un fondista indomable. En definitiva, el retrato de un mito rojiblanco. Eskerrik asko!
Aritz Aduriz sigue engordando su brillante historial como futbolista del Athletic. Frente al Partizan de Belgrado ha anotado su gol número 100 con la elástica rojiblanca en un partido oficial. Una cifra que le sitúa cada vez más cerca del olimpo de los grandes goleadores de la historia del club. Un lugar en el que ya tiene un lugar reservado debido a su impagable contribución deportiva y emocional.
En lo futbolístico, como el buen vino, Aduriz ha mejorado con la edad hasta convertirse en uno de los mejores nueves del panorama europeo. Sin embargo, tan importante o más que su rendimiento sobre el verde, resulta el marcado liderazgo y ascendencia con la que cuenta el delantero donostiarra en el equipo. Y es que tras retornar por segunda vez al club, Aduriz ha sido el encargado de tirar de un carro que otros quisieron dejar abandonado a su suerte. Un destino agradable en la actualidad y cuya historia reciente es imposible de entender sin hablar de la figura del ariete donostiarra.
Un deportista total, dotado prácticamente para cualquier disciplina. Con unas cualidades físicas envidiables, su capacidad de salto o el mantener intacta la velocidad acercándose a los 35 años son buena prueba de ello. Podría haber triunfado en casi cualquier disciplina.
Antiguo alumno de la ikastola Herri Ametsa en Ulia, Aduriz destacó desde muy pronto en todas las modalidades en las que se adentraba. El surf, la pala, el piragüismo, el tenis y, sobre todo, el esquí y el fútbol. La pasión por la montaña le viene de familia y quienes coincidieron con él en Urdaburu Mendi Taldea de Errenteria aseguran que de haber seguido con los esquís, hubiera alcanzado la categoría de olímpico. Sus éxitos infantiles en la modalidad de fondo así lo atestiguan, colgándose el oro en el campeonato vasco y alcanzando el subcampeonato en el estatal.
Se decidió por el fútbol y es obvio que no le ha ido mal. Tras un paso por el Sporting de Herrera, su estancia en el Antiguoko fue determinante en su carrera. Con un equipo absolutamente excepcional, los donostiarras llegaron a jugar la fase final de la Copa juvenil en 1999. En aquella plantilla se encontraban, entre otros, los hermanos Mikel y Xabi Alonso, Mikel Arteta, Andoni Iraola y el propio Aritz Aduriz. Los dos últimos prosiguieron juntos tras ser fichados por el Athletic. El delantero fue cedido al Aurrera de Vitoria, entonces club convenido del Athletic y donde compartió vestuario con veteranos exleones como Julen del Val o Jon Uribarrena. El donostiarra fue el máximo goleador de un equipo que estuvo cerca de alcanzar los play-offs de ascenso.
El ojo de Heynckes
Su rendimiento le sirvió para ganarse un puesto en el Bilbao Athletic. Bajo la dirección de Edorta Murua, fue la primera vez en la que Aduriz, Gurpegi y Gorka Iraizoz juntaron sus caminos. Andoni Iraola, nacido en 1982, militó ese curso en el Baskonia. Fue el delantero más utilizado por los cachorros, anotando siete tantos y dejando muestra de su carácter batallador al sumar un total de catorce tarjetas amarillas.
La llegada de Jupp Heynckes al club cambió su destino. Del gusto del alemán, poco a poco le fue introduciendo en los amistosos que los leones disputaban habitualmente en San Mamés contra equipos del herrialde. Así, hasta que de cara a la última jornada de Liga, donde el equipo se jugaba entrar en Europa, el técnico renano se llevó a los jóvenes Aduriz y Joseba Arriaga a la isla. Finalmente no debutaron, pero ambos se ganaron un hueco en la pretemporada que el primer equipo realizaría en el verano de 2002.
El preparador germano le comparó con Julio Salinas y le fue dando minutos durante los partidos de pretemporada. En uno de ellos, ante el Leicester City, fue injustamente expulsado tras un encontronazo con un defensa. Su estreno oficial con el primer equipo se produjo el 11 de septiembre aquel año, en un partido de Copa ante el Amurrio. Un encuentro que también supuso el debut de Luis Prieto y en el que en el once rojiblanco había nombres como los de Larrazabal, Guerrero, Ezquerro o Javi González. Un partido que paradójicamente, debido a las lesiones, fue el último como león del actual presidente Josu Urrutia.
Unos inicios en los que el donostiarra ya daba muestras de su carácter, al igual que en su debut liguero, en el que midió sus fuerzas con un también imberbe Víctor Valdés. En total disputó cuatro partidos con el primer equipo, a la par que alternaba con el filial entrenado entonces por Ernesto Valverde. A caballo entre ambas escuadras, sus números no fueron del todo buenos y pese al criterio de Heynckes, el club decidió no renovarle. Una decisión que le comunicó antes de jugar un decisivo partido por el ascenso en Algeciras.
Comenzaba la vida fuera de Lezama, siendo Burgos su primer destino. A las órdenes de Carlos Terrazas, que a la finalización de dicha temporada sufrió un grave accidente de coche, Aduriz anotó 16 dianas y llamó la atención de otro equipo castellano: El Valladolid. En Pucela, donde Marcos Alonso llegó a pronosticar su internacionalidad, el jugador guipuzcoano dio un salto de calidad. Su estreno no pudo ser mejor, completando un hat-trick en Mendizorrotza. Marcó 14 goles en Segunda, cifras nada despreciable, y pudo llamar la atención del público de San Mamés en Copa. Regresó a la antigua Catedral en una eliminatoria de cuartos de final dejando su tarjeta de visita al convertir un penalti.
Su nombre empezó a sonar para diversos equipos, especialmente para la Real Sociedad. El conjunto donostiarra, inmerso entonces en graves problemas económicos, decidió no acometer su contratación, aunque finalmente tiró de chequera para fichar al danés Morten Skoubo. En primera instancia, el Athletic también rechazó volver a reclutarle. Con una plantilla entrada en años, que arrastraba problemas físicos y con una evidente carencia de sintonía entre el núcleo principal del grupo y el presidente Lamikiz, José Luis Mendilibar fue el principal pagano de aquella situación.
El primer retorno, en medio del fantasma del descenso
Pasado el tiempo, resulta sorprendente que la entidad de Ibaigane realizase la nefasta operación del fichaje de Zubiaurre y no repescase a exjugadores de la casa que venían realizando temporadas más que meritorias en Segunda como eran Iraizoz, Gaizka Garitano, Aduriz o incluso Egoitz Jaio. Amén de no contratar a Joseba Llorente. El hondarribiarra se marchó a Valladolid, donde compartió dupla de ataque con Aritz. Fue por poco tiempo, ya que tras el mal inicio rojiblanco, los rumores sobre una posible incorporación para la delantera se sucedieron. Otro hat-trick en Lleida a principios de diciembre de 2005 desencadenó los acontecimientos y una semana después Aduriz jugaría en el José Zorrilla ante el Eibar su último partido con la camiseta pucelana. Su marcha al Athletic estaba hecha, horas antes de la confirmación del acuerdo, quien suscribe estas líneas, entonces un humilde becario, pudo mantener una conversación con el entonces director deportivo del Valladolid Víctor Orta, sus palabras una lección para el futuro: «No news, good news».
Aduriz volvía al Athletic con la difícil misión de sumar goles para un equipo histórico que languidecía en la parte baja de la clasificación. El fantasma del descenso acechaba, un lastre que marcaría para siempre al club y pondría en peligro su propia política deportivo. Algo que se hizo más que evidente durante el descanso del partido que el Athletic jugó ese año en Anoeta. Con apenas 15 puntos en el inicio de la segunda vuelta, los leones perdían por dos a cero y se descolgaban cada vez más. Con Javier Clemente como entrenador, la distancia entre futbolistas y técnico se fue agrandando durante la competición, pero en aquel encuentro todos fueron capaces de conjurarse -con una tensa charla que apeló a las esencias- para remontar el marcador. Dos tantos de Aduriz y un postrero gol de Iraola sirvieron para salvar un punto. Otra vez, ironías del destino, la aportación de dos de los apellidos claves en la historia moderna del club. Esa temporada, el de Ategorrieta anotó varios tantos más que valieron para tomar aire, pero una inoportuna lesión en Mendizorrotza le privó de disputar los últimos encuentros. Algo que probablemente privó al equipo de certificar su permanencia con mayor holgura.
La temporada siguiente fue aún peor, el coqueteo con la hecatombe fue constante. Las cosas salían tan mal que a pocas jornadas para el final, con un ambiente muy tenso, un hat-trick del propio Aduriz en Zaragoza no tuvo tan siquiera la recompensa de un empate. Finalmente, en un partido agónico ante el Levante, un balón robado por el donostiarra en la segunda parte sirvió para abrir el marcador, mientras que Gabilondo cerró la pesadilla.
«Ojalá el tiempo le dé la razón»
La llegada de Fernando García Macua y Joaquín Caparrós introdujeron diversos cambios que afectaron de lleno a la plantilla. Había necesidad de contar con caras nuevas y piernas frescas para reactivar al equipo pero también existía un evidente deseo por parte de la directiva de marcar terreno. Un control más férreo sobre el vestuario, mandando mensajes claros. El que se movía difícilmente salía en la foto y Aduriz se quedó fuera. En el verano de 2008, bien entrado agosto, tras la eclosión de Llorente y con la deuda por Zubiuarre encima de la mesa, Macua decide venderle. Una decisión a la que el entrenador no puso ninguna pega pública. Sí que lo hizo Fran Yeste en una demoledora comparecencia en Lezama, de esas que apenas prodigaba. Sus palabras fueron proféticas: “Ojalá que el tiempo le dé la razón a Adu»
Años después, se puede decir que el fino centrocampista de Basauri acertó de pleno. Aduriz es historia viva del Athletic. Su dolorosa salida le marcó a fuego, demostraría que se habían equivocado. Desde entonces su crecimiento ha sido imparable, en una demostración de tesón digna de admirar. Primero triunfó en el Mallorca, entidad que por cierto nunca llegó a abonar los cinco millones pactados por su traspaso.
De Palma a Valencia, donde también triunfó. Alternando delantera con Soldado fue citado por Vicente del Bosque y se ganó el cariño de una afición tan exigente como complicada. En 2011, con el triunfo de Josu Urrutia se produjo la primera tentativa de retorno, pero no fue hasta un año más tarde cuando se completó definitivamente. Desde su marcha por la puerta de atrás, los destinos de Aritz Aduriz y el Athletic estaban condenados a volverse a cruzar. Buena parte de la masa social así lo quería y con el cambio de gerencia en Ibaigane, el acuerdo era únicamente cuestión de tiempo. El deseo del jugador era tal, que el Valencia accedió a venderlo por menos de tres millones, un precio ostensiblemente inferior a su valor de mercado.
Su regreso al Athletic se produjo, de nuevo, en una situación delicada. Con la resaca y depresión posterior a las finales de Bucarest y el Vicente Calderón, las turbulencias aumentaron con el incidente de Bielsa en Lezama. La relación del rosarino con Fernando Llorente, que anunciaba su intención de dejar el club al igual que lo había hecho Javi Martínez, era desastrosa por lo que el desastre deportivo era inevitable. Fueron los goles de Aduriz los que lo minimizaron durante la primera vuelta. Ganándose la titularidad.
Un legado más grande que sus 100 primeros goles
10 años después de su descarte en Algeciras, las paradojas de la vida volvían a juntar al donostiarra y Valverde, el técnico que validó su marcha. Una década más tarde, Aduriz se erigiría en el goleador de referencia en un equipo entrenado por el gasteiztarra.
Es el auténtico líder del equipo. Una referencia interna que marca el camino en la caseta, lugar en el que se ha volvió a encontrar con Iraizoz, Gurpegi e Iraola. Los cuatro apellidos más destacables del nuevo ciclo ganador que vive el Athletic en su etapa moderna.
La clasificación para la Champions en 2014, materializada con dos goles de Aritz ante el Napolés, la final de Copa del Camp Nou y, sobre todo, el título de la Supercopa son buena muestra de ello. El donostiarra reventó al Barcelona con su hat-trick en San Mamés y fue el encargado de marcar el tanto más importante de los últimos 31 años para el Athletic, el que anotó en el coliseo blaugrana en el partido de vuelta.
Noches en las que Aduriz se ha ganado un lugar en la eternidad rojiblanco, un espacio reservado en la memoria colectiva, un valioso trofeo popular para el delantero de la gente. Ese que decidió tirar del carro cuando otros optaron por bajarse, seguir el camino más cómodo, el de gozar de un rol secundario en transatlánticos futbolísticos. Es algo completamente legítimo, pero Aduriz, al que se le enseñó la puerta de salida en dos ocasiones, regresó para hacer alto tan épico como difícil, guiar al Athletic a un título. Y ha demostrado que lo podía conseguir.
Esta noche, ante el Partizan, ha logrado su tanto número 100. Una cifra redonda que esconde multitud de emociones, gritos desgarrados en los momentos de sufrimiento, saltos de alegría en las buenas y caras de incredulidad ante saltos y remates perfectos. Las cifras son incontestables, pero su legado estará marcado por su liderazgo. Veterano, ha sido recién renovado, su carácter competitivo le genera un hambre constante, capaz de aprender el arte del gol, ahora es un depredador voraz en el área, un fondista indomable. En definitiva, el retrato de un mito rojiblanco. Eskerrik asko!
El Athletic Club en medios de prensa internacionales
"Algo tiene el agua cuando la bendicen". Pues eso, algo se tiene que estar haciendo bien en el Athletic Club para que diarios tan prestigiosos como La Gazzetta dello Sport o The New York Times dediquen sendos artículos al club de Ibaigane.
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